graznidos, objetos
La urraca es parienta del cuervo; no canta, grazna. Y además tiene la costumbre de afanarse objetos brillantes.
¡Que vuelva a estar este grupo cuando vaya a visitar Tecnópolis!
¡Que vuelva a estar este grupo cuando vaya a visitar Tecnópolis!
Dilema doméstico (Carson McCullers)
El jueves, Martin Meadows salió de la oficina a tiempo de tomar el primer autobús directo para su casa. Era la hora en que el resplandor violeta del atardecer se extinguía en las calles fangosas, pero al dejar el autobús la parada del centro de la ciudad ya brillaba la gran noche ciudadana. Los jueves la criada tenía la tarde libre y a Martin le gustaba llegar a casa lo más pronto posible ahora que desde el año pasado su mujer no estaba... bien. Ese jueves estaba muy cansado y, con la esperanza de que ningún viajero habitual lo escogiera para conversar, se enfrascó con atención en el periódico hasta que el autobús hubo cruzado el puente George Washington. Una vez en la carretera 9-W, Martin sentía siempre que el viaje estaba a la mitad; respiraba hondo incluso en invierno, cuando solamente estrías de corrientes cortaban el aire humoso del autobús, porque le parecía estar ya respirando el aire del campo. Solía ser en este punto cuando empezaba a descansar y pensaba con alegría en su casa. Pero en este último año la cercanía le traía sólo una sensación de tensión y no sentía prisa de terminar el viaje. Esa tarde, Martin pegaba la cara a la ventanilla y miraba los campos vacíos y las solitarias luces de los barcos del río. Había una luna pálida sobre la tierra oscura y manchas de nieve gastada y porosa; a Martin el campo le parecía esa noche vasto y desolado. Tomó el sombrero de la rejilla y se metió el periódico doblado en el bolsillo del abrigo unos minutos antes de pulsar el timbre.
lunes
Amelie-Les-Crayons : la garde robe d'elizabeth... por neomme
Otra canción que me gusta mucho d'Amélie-les-crayons (una banda francesa que se llama así, dice una versión, por los lápices que usa la cantante para sostenerse el rodete):
manos libres
Hablo sola por la calle. Temo que eso se vaya agravando con los años y que ni siquiera intente disimularlo. Cada vez me importa menos, por otra parte.
Un amigo dijo que ahora a los pensadores en voz alta nos salva la existencia del dispositivo manos libres de los celulares, aunque creo que a los habladores con manos libres más bien los deben confundir con nosotros.
A veces me hago la que canto, modulo las palabras cantándolas, como si cantar por la calle llamara menos la atención.
Hablo sola mientras lavo los platos y mi hijo me pregunta desde su cuarto: "¿Qué me dijiste, mamá?".
No, en realidad, no estoy hablando sola: estoy manteniendo una conversación anticipada.
Un amigo dijo que ahora a los pensadores en voz alta nos salva la existencia del dispositivo manos libres de los celulares, aunque creo que a los habladores con manos libres más bien los deben confundir con nosotros.
A veces me hago la que canto, modulo las palabras cantándolas, como si cantar por la calle llamara menos la atención.
Hablo sola mientras lavo los platos y mi hijo me pregunta desde su cuarto: "¿Qué me dijiste, mamá?".
No, en realidad, no estoy hablando sola: estoy manteniendo una conversación anticipada.
Imperdible y práctica guía para sobrevivir al día después.
Ducked and Covered: A Survival Guide to the Post Apocalypse de Nathaniel Lindsay en Vimeo.
la cosa perdida
Un chico que husmeaba el suelo en busca de tapitas para su colección se encuentra un día con un objeto enorme y misterioso que parece estar extraviado; decide hacerse cargo y se lo lleva. Pero no son las cosas las que están perdidas, en realidad.
Este maravilloso corto fue antes un libro; su autor, el australiano Shaun Tan, también dirigió la película.
Pueden descargarla completa aquí (corto más subtítulos)
También vale la pena echarle un vistazo al sitio oficial
¡Gracias, Hernán R., por compartirla!
Villa ilustre y fiel
En una encrucijada de caminos entre Buenos Aires, Córdoba y Asunción, una ciudad comenzó a formarse sola, indómita, desordenada. Nadie vino y plantó una bota en el barro al grito de: "Acá los fundadores venimos a fundar Rosario", no.
Empezó, a mediados del siglo XVIII, como un conjunto desordenado de ranchos de adobe y paja, alrededor de una capilla pobre, cerca de las barrancas del río Paraná.
Imagino que las carretas pararían allí a descansar y a rezarle a la Virgen del Rosario --porque ese era el nombre de la capilla, que ahora sigue en el mismo lugar pero se convirtió en catedral, con columnas y pórtico neogriego--. Eran alrededor de trescientos los habitantes fijos, que no se iban a pesar de las periódicas inundaciones que arrasaban con todo.
Para mediados del siglo XIX, ya eran tres mil, entre nativos, santafesinos, bonaerenses y algunos extranjeros.
Después de la batalla de Caseros y la victoria del federal Urquiza, se la declaró ciudad. Y su puerto se convirtió en el principal puerto de ultramar de las provincias del interior, ahora que los buques extranjeros podían navegar libremente por los ríos.
Al ritmo del crecimiento económico, también empezaron a llegar los inmigrantes: la población se triplicó en pocos años.
Mientras tanto, los dos modelos de país seguían en lucha, el centralista y el federal. Para evitar nacionalizar sus ingresos aduaneros, Buenos Aires se había constituido en un estado independiente.
Los federales intentaron invadirla en distintas ocasiones. Una vez, las tropas federales salieron desde Rosario; los veo galopando por la Ruta 9, aplastando espinillos, espantando las garzas de los bañados. Pero los seiscientos hombres fueron derrotados en la batalla de El Tala (que debe haberse llevado a cabo a mitad de camino, donde ahora hay una estación de servicio y tomamos un café, cargamos el termo y hacemos pis, cuando vamos a Buenos Aires en auto).
Luego vino la batalla de Pavón (cerca de un arroyo con ese nombre, en Santa Fe) y se terminó la Conderación: los porteños asumieron el mando.
Durante más de diez años, el Congreso insistió varias veces en promover a Rosario como Capital Federal pero los presidentes Mitre y Sarmiento lo vetaron en cada oportunidad. Así Buenos Aires defendía la concentración de poder, así ahora hay tanta gente sofocada allí. Aunque le duele al orgullo rosarino este destino de grandeza frustrado, a mí Rosario me gusta así.
Nunca entendí bien de batallas argentinas ni de bandos; supongo que es porque hice gran parte de la primaria en un país que no enseña historia en la escuela. En quinto grado, recién llegada a Buenos Aires, tuve que participar de un rito muy solemne, la jura a la bandera --con chicos más pequeños, porque mis compañeros lo habían hecho un año antes--; en ese momento me hice un esquema grosero según el cual los buenos eran los federales, los malos los unitarios, y que me permitió olvidar periódica y sistemáticamente cualquier dato relativo a un bando, a una batalla. Ahora no creo que me olvide dónde fue Pavón y que con ella se terminó la Confederación, sobre todo porque riman.
(Fuente consultada: Ciudad de Rosario, Rosario, Editorial Municipal, 2010.
La primera fotografía, de 1886, es de la bajada de la calle Buenos Aires.
La segunda, sacada por Pablo de Freijo, es de la barranca de Corrientes y el río)
La segunda, sacada por Pablo de Freijo, es de la barranca de Corrientes y el río)
Paraguay y Tucumán
Mayo, el lindo mayo,
en colectivo por Paraguay
¿quién habrá lastimado
a los sauces de la ribera?
Unas mujeres observan todo
desde la vidriera de un café
ustedes son tan lindas, chicas,
que me quedaría horas
a mirarlas conversar
pero ya cambia el semáforo
ya se aleja el colectivo
y sin embargo me clavo allá atrás
en el cartel de una tintorería
que también hace arreglos de ropa
y arriba dice “se alquila”
suben dos músicos ambulantes
uno toca el bongó
tu me quieres dejar
yo no quiero sufrir
contigo me voy mi santa
aunque me cueste morir
busco en la cartera
dos pesos y las monedas que tengo
me gusta ese balcón selvático
de helechos y potus hacia abajo
y ese otro con el canario
ahí vive alguien solo
o a quien no le gustan las plantas
un perro mira entre barrotes
un nene tira un papel
solía andar por otra calle Tucumán
en otra ciudad
donde no se cruza con Paraguay
como en esta esquina donde me bajo
un miércoles a la tarde
en que hay mosquitos y es otoño.
gracias, guille
en colectivo por Paraguay
¿quién habrá lastimado
a los sauces de la ribera?
Unas mujeres observan todo
desde la vidriera de un café
ustedes son tan lindas, chicas,
que me quedaría horas
a mirarlas conversar
pero ya cambia el semáforo
ya se aleja el colectivo
y sin embargo me clavo allá atrás
en el cartel de una tintorería
que también hace arreglos de ropa
y arriba dice “se alquila”
suben dos músicos ambulantes
uno toca el bongó
tu me quieres dejar
yo no quiero sufrir
contigo me voy mi santa
aunque me cueste morir
busco en la cartera
dos pesos y las monedas que tengo
me gusta ese balcón selvático
de helechos y potus hacia abajo
y ese otro con el canario
ahí vive alguien solo
o a quien no le gustan las plantas
un perro mira entre barrotes
un nene tira un papel
solía andar por otra calle Tucumán
en otra ciudad
donde no se cruza con Paraguay
como en esta esquina donde me bajo
un miércoles a la tarde
en que hay mosquitos y es otoño.
gracias, guille
vivir de rentas
Cuando se cansen de mí
las rentas de la niñez
cuando quede tiesa al sol
de tanto balancearme en esa hamaca
desde la que te tirabas al mediterráneo
y cuando se me pongan blancos los ojos
de mirar pañales recortados
contra un cielo prehistórico
de lomas de zamora,
que es probable que nunca haya visto,
cuando se agoten las reservas
de mi banco de imágenes personales
será hora de ir a laburar
en serie, en serio.
las rentas de la niñez
cuando quede tiesa al sol
de tanto balancearme en esa hamaca
desde la que te tirabas al mediterráneo
y cuando se me pongan blancos los ojos
de mirar pañales recortados
contra un cielo prehistórico
de lomas de zamora,
que es probable que nunca haya visto,
cuando se agoten las reservas
de mi banco de imágenes personales
será hora de ir a laburar
en serie, en serio.
Ursonate from Lisa Paclet on Vimeo.
Poesía sonora, se llama este género experimental (como si la poesía en general no lo fuera) que pone toda la fuerza expresiva en la pura sonoridad. Y el poema del video se llama Ursonate (sonata primitiva); fue compuesto en por Kurt Schwitters, un dadaísta alemán.
más sonoridades aquí
(gracias al querido amigo schuff que lo dejó en mi ventana)
fábula de la víbora y la lechuza
Un incendio estaba arrasando el bosque y una lechuza que lo sobrevolaba vio una víbora a punto de morir quemada. Se tiró a pique y la puso a salvo en una roca alejada. La víbora, claro, le juró reconocimiento eterno.
La vida fue volviendo poco a poco al bosque quemado. Al tiempo, la víbora decidió que ya era buen momento de comerse todas las crías de los pájaros de la zona; como quería preservar los hijos de su salvadora, se tomó el trabajo de ir a preguntarle a la lechuza cuáles eran sus hijos.
-- Hola, lechuza que me salvaste, te vengo a ver para saber cuáles son tus hijos entre todos los pichones del bosque, porque me los voy a comer a todos salvo los tuyos.
-- Ah, mi amiga sierpe, no vas a tener ningún problema en reconocerlos. Mirá, son los más lindos del bosque. Cuando veas unos muy hermosos, no los comas y chau pinela –dijo la lechuza muy relajada.
La víbora le hizo caso. Devoró huevos y pichones, hizo estragos por todos lados, salvo en el nido donde estaban los más lindos.
Cuando estaba haciendo la digestión, bien gorda y tranquila, llegó la lechuza desencajada, con las plumas hechas un revuelo y los ojos más redondos que nunca.
-- ¿Qué me hiciste, infeliz? ¡Te comiste a mis hijitos! ¡Desagradecida! –maldijo la lechuza.
-- No, mi buena lechu, no. Te hice caso, dejé los más lindos en su nido. ¿Esos amarillos esponjosos que están ahí en el abedul no son tus hijos?
Y no, los hijos de la lechuza no eran amarillos, sino blancos, bastante lampiños; la pelusa apenas les cubría todo el cuerpote desgarbado. A la única que le parecían lindos era a la madre, que ahora lloraba y se arrancaba las plumas de dolor.
Esta es una fábula que me acompaña desde los diez años, cuando agarraba una cuchara como micrófono, orientaba la luz del spot hacia mis contorsiones y mi madre aplaudía diciéndose a sí misma: “¡lechuza, lechuza!”.
La escribí tal como me acuerdo que me la contaron (¡tradición oral!) para que en algún momento la lea mi hijo, que no es ningún lampiño y no se lo comería ninguna víbora que viniera a devorar las crías de Alberdi y alrededores.
La vida fue volviendo poco a poco al bosque quemado. Al tiempo, la víbora decidió que ya era buen momento de comerse todas las crías de los pájaros de la zona; como quería preservar los hijos de su salvadora, se tomó el trabajo de ir a preguntarle a la lechuza cuáles eran sus hijos.
-- Hola, lechuza que me salvaste, te vengo a ver para saber cuáles son tus hijos entre todos los pichones del bosque, porque me los voy a comer a todos salvo los tuyos.
-- Ah, mi amiga sierpe, no vas a tener ningún problema en reconocerlos. Mirá, son los más lindos del bosque. Cuando veas unos muy hermosos, no los comas y chau pinela –dijo la lechuza muy relajada.
La víbora le hizo caso. Devoró huevos y pichones, hizo estragos por todos lados, salvo en el nido donde estaban los más lindos.
Cuando estaba haciendo la digestión, bien gorda y tranquila, llegó la lechuza desencajada, con las plumas hechas un revuelo y los ojos más redondos que nunca.
-- ¿Qué me hiciste, infeliz? ¡Te comiste a mis hijitos! ¡Desagradecida! –maldijo la lechuza.
-- No, mi buena lechu, no. Te hice caso, dejé los más lindos en su nido. ¿Esos amarillos esponjosos que están ahí en el abedul no son tus hijos?
Y no, los hijos de la lechuza no eran amarillos, sino blancos, bastante lampiños; la pelusa apenas les cubría todo el cuerpote desgarbado. A la única que le parecían lindos era a la madre, que ahora lloraba y se arrancaba las plumas de dolor.
Esta es una fábula que me acompaña desde los diez años, cuando agarraba una cuchara como micrófono, orientaba la luz del spot hacia mis contorsiones y mi madre aplaudía diciéndose a sí misma: “¡lechuza, lechuza!”.
La escribí tal como me acuerdo que me la contaron (¡tradición oral!) para que en algún momento la lea mi hijo, que no es ningún lampiño y no se lo comería ninguna víbora que viniera a devorar las crías de Alberdi y alrededores.
más ropa
Solo me queda sacarme la cara,
desatornillarme los brazos
y las piernas
arrancarles después
uno a uno los dedos;
reservarlos aparte,
en la cajita de lata
con el paisaje de flores,
que antes tenía pastillas
y ahora botones
(pueden venir bien alguna vez
unos dedos de repuesto)
después plancharme
soplar mi alma
y que se vaya
vigilar que nada haya quedado
entre los pliegues
es importante
seguir el orden
dejarme luego doblada
en el estante de la ropa
de la otra estación
o de la que ya no me entra.
desatornillarme los brazos
y las piernas
arrancarles después
uno a uno los dedos;
reservarlos aparte,
en la cajita de lata
con el paisaje de flores,
que antes tenía pastillas
y ahora botones
(pueden venir bien alguna vez
unos dedos de repuesto)
después plancharme
soplar mi alma
y que se vaya
vigilar que nada haya quedado
entre los pliegues
es importante
seguir el orden
dejarme luego doblada
en el estante de la ropa
de la otra estación
o de la que ya no me entra.
guía para conocer Rosario (o casi)
Este es el trailer; la película dura aproximadamente 50 minutos y se la puede ver completa aquí (online o para descargar).
Es una animación realizada en 2007 por la Cooperativa de Trabajo Animadores de Rosario ltda.
un instrumento que no se toca
El theremin es un instrumento que funciona con la distancia o cercanía de la mano.
Lo inventó un físico ruso dos años después de la Revolución de Octubre. Él, además de investigar la electricidad, tocaba el cello y le molestaba el contraste entre el sonido afelpado y suave y el movimiento de serrucho que le daba origen. Así que inventó este instrumento compuesto de dos antenas, una para controlar la frecuencia o vibración del sonido, la otra para manejar el volumen.
Muchas películas de ciencia ficción de mediados del siglo pasado lo usaron para sus efectos sonoros. Por ejemplo, esta.
Con ustedes, Lev Termen (o Léon Thérémin) y su invento:
Lo inventó un físico ruso dos años después de la Revolución de Octubre. Él, además de investigar la electricidad, tocaba el cello y le molestaba el contraste entre el sonido afelpado y suave y el movimiento de serrucho que le daba origen. Así que inventó este instrumento compuesto de dos antenas, una para controlar la frecuencia o vibración del sonido, la otra para manejar el volumen.
Muchas películas de ciencia ficción de mediados del siglo pasado lo usaron para sus efectos sonoros. Por ejemplo, esta.
Con ustedes, Lev Termen (o Léon Thérémin) y su invento:
Lo vimos este viernes en la escuela gracias al dúo Armados y sonados que vino a darnos una "clase" de música. Tato Garabato, uno de los integrantes, ejecutó una melodía en otro instrumento no convencional
lugares
Hasta los 25 años, el único contacto que había tenido con Rosario era un piedrazo que tiraron al vagón en el que viajábamos con mi abuela a Córdoba, una madrugada en que nuestro tren entraba en Rosario.
Los asientos eran verdes y, arrancado el viaje, mi abuela había sacado la comida. Llevaba de todo, incluso una manta que había sido de mi papá en la cárcel. Habíamos jugado al veo-veo hasta que me había entrado el sueño.
Las voces de los guardas ordenándonos bajar la persiana y el impacto sobre la chapa en la oscuridad me dejaron asustada un tramo del viaje. Y luego siempre que me hablaron de Rosario pensaba en esas pocas luces vistas a través del aluminio mientras sonaba la bocina del tren.
Hasta que conocí a Juan y le salió el sol a Rosario: él me contó de los terrenos baldíos que había en su barrio, de las fogatas que encendía allí con los amigos y de las zanjas barrosas donde pescaba cuando era chico.
Me gusta pensar en qué estaría haciendo Juan esa madrugada mientras mi tren entraba a Rosario tocando la bocina, si se habrá escuchado desde su cama el traqueteo sobre las vías.
Fui conociendo la ciudad muy de a poco. Al principio, como muchos porteños, intentaba equiparar barrios rosarinos con zonas conocidas. En manojos de edificios buscaba el once, barrio norte, caballito, algo que se pareciera un poco al barrio donde yo vivía, San Telmo. Encontraba alguna ráfaga de familiaridad pero de repente una pieza me descolocaba y desarmaba el rompecabezas.
Una tarde, cuando todavía vivíamos cerca del centro, vi bajar por la peatonal San Martín un tipo que volvía del trabajo. Serían las seis. No tenía corbata ni maletín. Usaba camisa a cuadros y un bolso colgaba de su hombro. Yo esperé que pasara cerca de mí para comprobar el hastío y compadecerme. Pero no, no tenía cara de Erdosain, no había rastros de la angustia o crispación que sí veía en muchas caras del subte o del microcentro porteño. Un tipo volviendo tranquilo a su casa, apenas transpirado, hamacando su bolso a paso lento.
No sé si alguna vez voy a sentir que pertenezco a un lugar determinado. Pero, mientras tanto, esto está muy bien.
imágenes tomadas de este libro
publicado en la página del museo de la ciudad de Rosario
publicado en la página del museo de la ciudad de Rosario
¿cómo se dice "miau" en japonés?
No tienen el mismo sonido las ambulancias de Shangai que las de París. Y parece que los perros ladran distinto en Colombia y en Pakistán.
Por suerte para los traductores, hay un sitio donde muchos chicos de todo el mundo cuentan qué sonidos hacen los animales y los vehículos en cada país.
Por suerte para los traductores, hay un sitio donde muchos chicos de todo el mundo cuentan qué sonidos hacen los animales y los vehículos en cada país.
lo simple es complicado
No sé en qué estaba pensando cuando decidí, hace como cinco o seis años (cuando te tenían que enviar la invitación), abrirme una cuenta de gmail con el usuario "mariadelapaz", sin números ni guiones, sin nada más que mi nombre.
Como si a alguien se le pudiera ocurrir que es el único José en el mundo y va y se pone pepe@yahoo.com.
Habré querido primerear a las otras mariasdelaspaces, habré querido simplificarle la vida a la gente a quien le fuera a dar mi dirección: "es mariadelapaz arroba gmail punto com, sí, así todo junto y como suena". Porque con mi apellido siempre se equivocan y con mi otra cuenta de yahoo, la que uso, pierdo mucho tiempo explicando que es mariadlapaz, "de de dedo ele a, claro, le sacás la e".
La cuestión es que nunca repartí esa dirección simple de gmail porque nunca pude sentirla propia.
Al principio fue literal: una escuela venezolana que se llama María de la Paz logró usurparla y durante un tiempo envió correos desde ahí. No sé cómo. Estuvieron un largo tiempo intentando volver a hackearla hasta que los amenacé con algo legal y me creyeron.
Después me empezaron a llegar fotos de un matrimonio de jóvenes uruguayos que se habían mudado a Madrid: nos agradecían a los familiares y amigos los regalos de casamiento y nos mostraban qué lindo carrito para hacer las compras se habían comprado en Ikea.
Otro integrante de esa lista de correo comenzó, al tiempo, a planear la despedida de soltera de otra uruguaya y me invitaron a colaborar.
Además de los correos madrileños y uruguayos, me llegaron y siguen llegando todo tipo de mensajes de parte de todo tipo de emisores.
Recibí instrucciones --en francés y muy precisas-- para una fiesta sorpresa parisina; la organizaba en honor de un colega y amigo un restaurador osteólogo empleado del museo de ciencias naturales de París. Me mandaron además diseños de papeles para tapizar paredes y de juegos didácticos hechos por un equipo de fonoaudiólogas, presupuestos de un fotógrafo social, varias intimaciones de un banco, pedidos de prórrogas para la entrega de trabajos escolares en México, fotos que una cincuentona rubia en un campo de polo se enviaba a sí misma, inscripciones a cursos, consultas por un concurso literario y, hace poco, un brainstorming de los socios de un barrio privado y sus preparativos para elegir la comisión directiva, y así.
El rectángulo donde ahora están leyendo estas palabras es una ventana que va recortando pedazos de mundo; más o menos azarosos, nuestros hallazagos acá en internet, allá en la calle o en la biblioteca, tienen cierta coherencia, cierta armonía cerrada sobre sí, porque lo que no calza allí, no lo vemos, pasa de largo.
Abro mi absurda cuenta de gmail casi todos los días con la esperanza de que la ventana se ensanche, que el mundo me muestre otra sección de sí.
El rectángulo se pone caótico, desprolijo, pero pronto mis ojos empiezan a etiquetar todo con rapidez: qué obsesivo el osteólogo, seguro que estos de la escuela son católicos, ¿serán del opus?, ¿qué otra cosa iban a pedir los festival-de-la-chomba del barrio privado sino seguridad?
Se ve que escapar de uno es bastante imposible.
Como si a alguien se le pudiera ocurrir que es el único José en el mundo y va y se pone pepe@yahoo.com.
Habré querido primerear a las otras mariasdelaspaces, habré querido simplificarle la vida a la gente a quien le fuera a dar mi dirección: "es mariadelapaz arroba gmail punto com, sí, así todo junto y como suena". Porque con mi apellido siempre se equivocan y con mi otra cuenta de yahoo, la que uso, pierdo mucho tiempo explicando que es mariadlapaz, "de de dedo ele a, claro, le sacás la e".
La cuestión es que nunca repartí esa dirección simple de gmail porque nunca pude sentirla propia.
Al principio fue literal: una escuela venezolana que se llama María de la Paz logró usurparla y durante un tiempo envió correos desde ahí. No sé cómo. Estuvieron un largo tiempo intentando volver a hackearla hasta que los amenacé con algo legal y me creyeron.
Después me empezaron a llegar fotos de un matrimonio de jóvenes uruguayos que se habían mudado a Madrid: nos agradecían a los familiares y amigos los regalos de casamiento y nos mostraban qué lindo carrito para hacer las compras se habían comprado en Ikea.
Otro integrante de esa lista de correo comenzó, al tiempo, a planear la despedida de soltera de otra uruguaya y me invitaron a colaborar.
Además de los correos madrileños y uruguayos, me llegaron y siguen llegando todo tipo de mensajes de parte de todo tipo de emisores.
Recibí instrucciones --en francés y muy precisas-- para una fiesta sorpresa parisina; la organizaba en honor de un colega y amigo un restaurador osteólogo empleado del museo de ciencias naturales de París. Me mandaron además diseños de papeles para tapizar paredes y de juegos didácticos hechos por un equipo de fonoaudiólogas, presupuestos de un fotógrafo social, varias intimaciones de un banco, pedidos de prórrogas para la entrega de trabajos escolares en México, fotos que una cincuentona rubia en un campo de polo se enviaba a sí misma, inscripciones a cursos, consultas por un concurso literario y, hace poco, un brainstorming de los socios de un barrio privado y sus preparativos para elegir la comisión directiva, y así.
El rectángulo donde ahora están leyendo estas palabras es una ventana que va recortando pedazos de mundo; más o menos azarosos, nuestros hallazagos acá en internet, allá en la calle o en la biblioteca, tienen cierta coherencia, cierta armonía cerrada sobre sí, porque lo que no calza allí, no lo vemos, pasa de largo.
Abro mi absurda cuenta de gmail casi todos los días con la esperanza de que la ventana se ensanche, que el mundo me muestre otra sección de sí.
El rectángulo se pone caótico, desprolijo, pero pronto mis ojos empiezan a etiquetar todo con rapidez: qué obsesivo el osteólogo, seguro que estos de la escuela son católicos, ¿serán del opus?, ¿qué otra cosa iban a pedir los festival-de-la-chomba del barrio privado sino seguridad?
Se ve que escapar de uno es bastante imposible.
imagen: acá
Tang, tang, tang
En China, se puso de moda viajar en el tiempo. Una adolescente, harta de las exigencias académicas, quiso volver a los tiempos inmemoriales de una extinguida dinastía y saltó por la ventana.
Otros métodos para desplazarse en el tiempo, sugeridos por unos atípicos agentes de viajes que operan por internet, son tragar oro, atiborrarse de pastillas para dormir o dejarse chocar por un auto.
¿Qué gérmenes de futuro contendrá el presente de esos chicos fanáticos de la dinastía Tang? No quiero imaginar una realidad que sólo me empuje a huir hacia atrás.
Otros métodos para desplazarse en el tiempo, sugeridos por unos atípicos agentes de viajes que operan por internet, son tragar oro, atiborrarse de pastillas para dormir o dejarse chocar por un auto.
¿Qué gérmenes de futuro contendrá el presente de esos chicos fanáticos de la dinastía Tang? No quiero imaginar una realidad que sólo me empuje a huir hacia atrás.
la nota en inglés acá
pasos
Cuando pasaban muchos días sin que la llamara, mi abuela Chela agarraba el teléfono ella y me hablaba temblorosa. Intentaba hacerse la que estaba tranquila, pero siempre en algún momento decía (preguntaba, amenazaba, suplicaba, exorcizaba, todo eso junto):
--¿No estarás en política, vos, no?
Era ese su miedo profundo. Que yo siguiera los pasos de mi padre y terminara como él. No había términos medios: "estás en política" y te morís o sos una chica normal y no te pasa nada. No sé qué creería que era estar en política, pero yo siempre le oculté que iba a marchas o --en tercer año-- que estaba empezando a pintar carteles en el sótano de la Fede.
"Es esa política de mierda" la que tuvo la culpa de que ella debiera conformarse con la foto de mi papá pegada en la cara interna de la puerta del ropero, gastadísima de tantos besos que le daba (uno por noche, antes de irse a dormir). También estaba ahí una foto de Sarita, mi bisabuela que vivió hasta los noventa y pico de años, y también le daba el beso de las buenas noches a ella. Pero la foto de su mamá estaba cortada por la mitad: se había sacado a sí misma, como en muchas otras fotos. ¿Qué le molestaría de su imagen?
De esas noches en lo de mi abuela sale olor a talco y colonia fulton, a jabón, que guardaba en la parte del ropero donde tenía las fotos.
La linterna, la radio y el vaso de agua que al día siguiente amanecía con burbujitas eran los rituales que la acompañaban luego de los dos besos, cuando se acostaba.
Al rato venían los ronquidos, el ruido de las agujas y el gong del reloj del comedor, algún tango en la radio que había quedado en la oreja de mi abuela. Después me dormía yo, con las piernas inmóviles por tantas mantas que me ponía.
Chela era llorona como yo. Pero ella decía que tenía el lagrimal tapado, que no eran lágrimas de llorar.
Le gustaba ponerse lapiz de labios para ir al almacén: se cambiaba completamente y se pintaba, íbamos a la esquina y volvíamos. Y saludaba a todos con una sonrisa amplia, que abarcaba dientes y ojos, inclinando la cabeza medio ladeada.
Cada vez que me iba, intentaba dejarme a escondidas un sobre con algo de plata y nos peleábamos hasta que yo lo aceptaba o ella se resignaba, según.
(mi abuela tenía expresiones que me encantaban, como "¡Hace un frío morrocotudo!"; me molesta mucho no recordarlas todas. En este blog, alguien sí se acuerda y en este alguien cuenta cosas hermosas de su propia abuela, entre otras varias)
--¿No estarás en política, vos, no?
Era ese su miedo profundo. Que yo siguiera los pasos de mi padre y terminara como él. No había términos medios: "estás en política" y te morís o sos una chica normal y no te pasa nada. No sé qué creería que era estar en política, pero yo siempre le oculté que iba a marchas o --en tercer año-- que estaba empezando a pintar carteles en el sótano de la Fede.
"Es esa política de mierda" la que tuvo la culpa de que ella debiera conformarse con la foto de mi papá pegada en la cara interna de la puerta del ropero, gastadísima de tantos besos que le daba (uno por noche, antes de irse a dormir). También estaba ahí una foto de Sarita, mi bisabuela que vivió hasta los noventa y pico de años, y también le daba el beso de las buenas noches a ella. Pero la foto de su mamá estaba cortada por la mitad: se había sacado a sí misma, como en muchas otras fotos. ¿Qué le molestaría de su imagen?
De esas noches en lo de mi abuela sale olor a talco y colonia fulton, a jabón, que guardaba en la parte del ropero donde tenía las fotos.
La linterna, la radio y el vaso de agua que al día siguiente amanecía con burbujitas eran los rituales que la acompañaban luego de los dos besos, cuando se acostaba.
Al rato venían los ronquidos, el ruido de las agujas y el gong del reloj del comedor, algún tango en la radio que había quedado en la oreja de mi abuela. Después me dormía yo, con las piernas inmóviles por tantas mantas que me ponía.
Chela era llorona como yo. Pero ella decía que tenía el lagrimal tapado, que no eran lágrimas de llorar.
Le gustaba ponerse lapiz de labios para ir al almacén: se cambiaba completamente y se pintaba, íbamos a la esquina y volvíamos. Y saludaba a todos con una sonrisa amplia, que abarcaba dientes y ojos, inclinando la cabeza medio ladeada.
Cada vez que me iba, intentaba dejarme a escondidas un sobre con algo de plata y nos peleábamos hasta que yo lo aceptaba o ella se resignaba, según.
(mi abuela tenía expresiones que me encantaban, como "¡Hace un frío morrocotudo!"; me molesta mucho no recordarlas todas. En este blog, alguien sí se acuerda y en este alguien cuenta cosas hermosas de su propia abuela, entre otras varias)
el pelo se cae más en abril
el pelo se cae más en abril
somos árboles
que caminamos
y miramos nuestras hojas
frágiles en el piso
acá adentro de este que les habla
vive una ardilla que acopia y taladra
y una colonia de loros gritones
que entran y salen. no paran.
no hay cosa que me dañe tanto
como el ruido de la sierra eléctrica
y el pelo amontonado en la rejilla
somos árboles
que caminamos
y miramos nuestras hojas
frágiles en el piso
acá adentro de este que les habla
vive una ardilla que acopia y taladra
y una colonia de loros gritones
que entran y salen. no paran.
no hay cosa que me dañe tanto
como el ruido de la sierra eléctrica
y el pelo amontonado en la rejilla
tambo
Al día siguiente del parto, me despegué del bebé, me levanté y fui al baño, medio tambaleante, boleada menos por la peridural que por la rareza del nuevo estado: apareció en el espejo una en camisón celeste, ojerosa, irreconocible. Era la madre de alguien.
Volví a la cama, me aferré otra vez a mi hijo incrédula. No podía dejar de mirarlo extrañada y lo abrazaba con los brazos tensos. Este pedacito de ser es mío, vino de mí y de juan, tiene cosas de mi familia y de la suya. Le veía menos cosas de mi familia pero tocaba sus cejas porque las reconocía. No se podía prender a la teta, había un problema anatómico; entonces, por no alimentarse (no lloraba y nadie se dio cuenta), se desbalanceó y lo internaron.
Estuvo varios días en la incubadora, podíamos verlo cada tres horas: hasta que se arreglara el problema anatómico, le dábamos mamadera, se dormía y lo acomodábamos otra vez en su cajita. Toda la extrañeza del nuevo estado quedó suspendida por mi ataque de llanto inicial y luego por la rutina astronauta de neonatología que dividía la vida en turnos de veinte minutos cada tres horas.
La sala tenía unas ventanas redondas tipo nave espacial y no entraba un solo rayito de luz natural. Yo decía "ayer" cuando le hablaba a la enfermera de algo sucedido en el turno anterior. Al tiempo (¿días, turnos?), empecé a hacer unas fichas en hojas A4 cortadas en tres; una ficha por cada día, con ocho hileras para los turnos, y varias columnas para controlar los avances de peso, nivel de bilirrubina, anotar comentarios de la enfermera, registrar el parte diario. Sentía que dependía de mí que nos lo volvieran a dar cuanto antes.
Yo me saltaba un par de turnos durante la noche para dormir ("si estás muy cansada la leche no te va a bajar más"); juan iba a uno y el otro lo alimentaba la enfermera. Después nos instalábamos en la puerta de neonatología hasta que fuera el momento de entrar.
En casa, yo maniobraba con el sacaleche, a ver si se solucionaba el problema y podía empezar a darle yo. Tomaba carradas de mate cocido; los consejos llovían profusos y yo agarraba todos y cada uno.
Había leído en uno de los tantos libros de maternidad que deglutí durante los nueve meses el caso de una madre que tuvo que volver al trabajo casi enseguida y que, cada vez que pensaba en su bebé, tenía que ponerse un trapo en el corpiño porque le brotaba la leche. Lo hice. Cerré la puerta, me puse cómoda en la cama, respiré, me relajé. Y hubo un instante en que apareció su carita, sus cejas, su llanto enojado, su cara colorada, y sentí una oleada, una tibieza, unas cosquillas, algo fuerte y el émbolo del coso ese empezó a funcionar rápido y enseguida se cargó hasta la mitad.
Los últimos días (¿turnos?) juan ya hacía chistes y me decía, después de dejarlo en la cunita (porque lo habían pasado a la cunita, más cerca de la salida): "Bueno, nena, vamos que hay que activar el tambo".
De esa época me dura algo parecido a la empatía con las vacas que están metidas todo el día en esos cubículos de galpones oscuros, llenas de mangueras en las tetas, sin su ternero para que den más leche.
Roberto, el que te repara
Me lo crucé el otro día por la calle, yo iba en el colectivo y él esperaba en la vereda. Un tipo morocho, con los ojos profundos y negros. Nos miramos apenas un segundo pero bastó para conocernos. Esas miradas que se meten tan adentro que podés vivir de ellas por años.
Roberto... No caben dudas: es plomero o electricista, tal vez carpintero. No, plomero no, siempre encuentran la manera de frustrarte las expectativas y Roberto es un tipo confiable. Hace algo con las manos. No tanto con la mente. Viene a tu casa y te repara las cosas exteriores, y sin que te des cuenta también te va reparando por dentro.
Tiene auto, uno baqueteado, con ventanillas que se traban y asientos duros, con parte del tapizado cubierto de cinta adhesiva, pero podríamos ir los fines de semana a algún lugar verde, con el mate, lejos del humo triste que sale de los autos y se pega en los edificios.
Le gusta el folclore. Seguro que sí, porque tiene la voz intensa de Zitarrosa. Y si me habla cerquita, siento cosquillas que empiezan detrás del oído y me recorren la espalda.
Algunos sábados a la noche, después de afeitarse, se pone un poco de colonia y se peina el pelo mojado hacia atrás. Se va a algún baile, donde mira mujeres con esos ojos negros que si los hubieras visto apenas un instante también hubieras quedado como yo. Mira mujeres sin esperar demasiado, sin sentir que tiene que hablarles, sin hacerse el simpático. Moviendo los hielos del whisky, pensativo.
Desde que lo vi ese mediodía, cuando iba al microcentro a llevarle un sobre al contador, no dejo de buscarlo. Repito el mismo camino, a la misma hora, pero Roberto no es un hombre de rutinas y, por supuesto, no aparece.
Entonces hace unos días me puse a llamar al azar a electricistas y carpinteros, con la excusa de mis innumerables averías hogareñas. Tengo tantas que lo más probable es que en algún momento dé con el teléfono indicado y sean las herramientas de Roberto las que lleguen a repararme las cosas.
Están tocando el portero. No logro escuchar quién es porque algo no anda dentro del auricular. Le digo que espere, ya bajo. Me miro en el espejo antes de manotear el llavero.
imagen: acá
en diálogo con este texto
y también este, por qué no
baldosa
Fui con mi hijo de cinco años a Buenos Aires para participar en la inauguración de unas baldosas de cemento que se pusieron en la vereda de la calle Reconquista, a la vuelta del Banco Nación, en homenaje a sus trabajadores/as desaparecidos o asesinados durante la dictadura. Mi padre entre ellos.
El viaje a la baldosa fue más o menos como la mirada vertiginosa de Nacho con su cámara, reciente regalo de su abuela materna y freeshopera.
Me gusta que haya quedado este video como registro de la ocasión: sus pies que avanzan, pedazos de personas hasta la cintura y manchas de agua en el suelo, justo al lado de lo importante, lo que no está.
El viaje a la baldosa fue más o menos como la mirada vertiginosa de Nacho con su cámara, reciente regalo de su abuela materna y freeshopera.
Me gusta que haya quedado este video como registro de la ocasión: sus pies que avanzan, pedazos de personas hasta la cintura y manchas de agua en el suelo, justo al lado de lo importante, lo que no está.
mujer máquina
Un sábado de hace muchos años, en mi primer intento de cursar literatura argentina II, llegó al aula enorme del tercer piso de la facultad de filosofía y letras una mujer en una silla de ruedas de respaldo muy reclinado.
Los alumnos ya estábamos acomodados, la clase no había empezado todavía. Con ella venía un hombre que, después de enchufarla al tomacorriente, se fue a sentar en uno de los bancos del costado: la mujer usaba un respirador artificial que subía y bajaba, volvía a subir con bastante estruendo, bajaba exhalando, subía.
El programa que daba Sarlo aquel cuatrimestre tenía como eje las pasiones. Yo estaba empezando una relación en aquel momento y justo me preguntaba qué hacía que este amor nuevo que estaba viviendo fuera diferente a los anteriores, si yo me estaba convenciendo de estar enamorada --por culpa de todas esas representaciones ingeridas desde los diez años-- o realmente me impulsaba un sentimiento que, aunque acomodara un poco la historia en función del presente, era fuerte y genuino.
La cuestión es que Sarlo estaba dando ese programa; estábamos a comienzo de cuatrimestre y leíamos La invención de Morel y La condesa sangrienta. Ese día Sarlo habló de lo maquínico. Y de la máquina literaria y el cuerpo maquínico y la estructura maquínica y qué sé yo cuántas veces dijo "máquina". Suelo ser muy mala prestando atención en clase pero ese día fui peor: no podía dejar de escuchar el ruido de fondo y de estremecerme con cada "maquínico" de Sarlo, que contestó imperturbable una pregunta un poco obvia, un poco inadecuada, que le hizo la mujer desde la silla.
Terminé dejando la materia porque me costaba llegar a horario. A la mujer de la silla de ruedas no la volví a ver por Puán después de ese sábado. Y las preguntas medio salames que me hacía por aquel entonces me las fui olvidando sin darme cuenta.
imágenes: acá
insulto
hay insultos que a una la ponen de buen humor, incluso si es la destinataria:
¡cabeza de huevo con huevo nacido!
¡cabeza de huevo con huevo nacido!
excusa
"bueno, me voy porque se está poniendo espesa", decía de mí Chela, mi abuela paterna, cuando ya se le inquietaban las piernas y se quería ir de la casa de alguna parienta vieja a la que me había llevado de visita.
llaves
no lavaba el plato y la olla
hasta el otro día
y en el momento exacto
de cerrar los ojos
me agarraba un vértigo,
me caía despierta
en un pozo angosto
pensaba mevoyamorir,
un día no va a ser para dormir
cuando se me cierren los ojos
tengo venas soy un corazón
que late
fuerte y
delata
meca
nismos
transi
torios
sólo podía dormirme
con imágenes en la tele
sin sonido
programas de cocina muda
y a la mañana siguiente
sentía que alguien silencioso
había entrado mientras dormía
trataba de acordarme
quiénes tenían la llave
esa inercia de no cambiar
nunca la cerradura
una vez oí tal vez en sueños
un golpe suave de la puerta de calle
después el silencio se puso espeso
al rato la vieja de arriba
volvió a su manía de correr muebles
de madrugada y el caniche le ladraba
un bizcochuelo puede hacerse
al microondas o en la essen
hasta el otro día
y en el momento exacto
de cerrar los ojos
me agarraba un vértigo,
me caía despierta
en un pozo angosto
pensaba mevoyamorir,
un día no va a ser para dormir
cuando se me cierren los ojos
tengo venas soy un corazón
que late
fuerte y
delata
meca
nismos
transi
torios
sólo podía dormirme
con imágenes en la tele
sin sonido
programas de cocina muda
y a la mañana siguiente
sentía que alguien silencioso
había entrado mientras dormía
trataba de acordarme
quiénes tenían la llave
esa inercia de no cambiar
nunca la cerradura
una vez oí tal vez en sueños
un golpe suave de la puerta de calle
después el silencio se puso espeso
al rato la vieja de arriba
volvió a su manía de correr muebles
de madrugada y el caniche le ladraba
un bizcochuelo puede hacerse
al microondas o en la essen
solitario
mientras jugás un solitario
y mirás las hojas de ese árbol
que se mece despacio
mientras atendés el teléfono
y era equivocado
llamaban a una radio
preguntaron por Mary
querían vender un plan de algo
mientras no escribís
algo dentro tuyo
está leudando
equivocado
despacio
solitario
y mirás las hojas de ese árbol
que se mece despacio
mientras atendés el teléfono
y era equivocado
llamaban a una radio
preguntaron por Mary
querían vender un plan de algo
mientras no escribís
algo dentro tuyo
está leudando
equivocado
despacio
solitario
símbolo de la paz
A la cohesión de este blog le hubiera venido bien que fuera cierta la primera explicación que recibí acerca del origen del símbolo de la paz. Me la dio una compañera de colegio; para ella --lo sabía de buena fuente--, era la patita de una paloma encerrada en un círculo.
Me gustan las sinécdoques, así que la explicación me dejó contenta. Hete aquí que ese no es el origen. Encontré esto en efímera.org:
"Se trata, en realidad, del logo de CND, Campaign for Nuclear Disarmament. Fue diseñado en 1958 por Gerald Holtom para la primera gran manifestación antinuclear en el Reino Unido. El diseñador construyó el símbolo a partir de las letras N (uclear) y D (isarmament) del abecedario semáforo".
Es una explicación menos poética pero más ajustada a este tiempo que estamos viviendo.
combinación
Apretada entre tantos cuerpos
que me rozan, me empujan
cuando pasan,
voy a barrancas de belgrano
y después me bajo
y me tomo el 42
a veces viajo en el estribo
me ahorro ese segundo boleto
estoy creciendo
no entiendo por qué tienen
que tocarme o apoyarse detrás
o mirarme las tetas
me gusta pasar todos los días
por una ventana que tiene muñecas
muchas muñecas al aire libre
con los pelos mochos
grises, las caras dibujadas
con birome,
desnudas, sin brazos
muchas.
me hace nacer la alegría
ese ratito de mirarlas
que se alarga
antes de que el colectivo
pegue la vuelta
y se meta por el túnel
en general a esa altura
de ser pobre y apretujada,
pasé a tener una propiedad
agarro la manija como quiero
sin que nadie me limite con su mano
o me vaya sacando despacito
pegándome su piel transpirada
después me siento,
libre en mi parcela
--los viejos son feos porque
son un poco transpirados--
se vaciaron los asientos de golpe
y soy rica, miro mis dominios.
Recién empieza el día
y este va a ser el mejor momento.
que me rozan, me empujan
cuando pasan,
voy a barrancas de belgrano
y después me bajo
y me tomo el 42
a veces viajo en el estribo
me ahorro ese segundo boleto
estoy creciendo
no entiendo por qué tienen
que tocarme o apoyarse detrás
o mirarme las tetas
me gusta pasar todos los días
por una ventana que tiene muñecas
muchas muñecas al aire libre
con los pelos mochos
grises, las caras dibujadas
con birome,
desnudas, sin brazos
muchas.
me hace nacer la alegría
ese ratito de mirarlas
que se alarga
antes de que el colectivo
pegue la vuelta
y se meta por el túnel
en general a esa altura
de ser pobre y apretujada,
pasé a tener una propiedad
agarro la manija como quiero
sin que nadie me limite con su mano
o me vaya sacando despacito
pegándome su piel transpirada
después me siento,
libre en mi parcela
--los viejos son feos porque
son un poco transpirados--
se vaciaron los asientos de golpe
y soy rica, miro mis dominios.
Recién empieza el día
y este va a ser el mejor momento.
imagen: acá
batata voladora
"No sé si podré", repetía mi abuelo, mientras los hijos acomodaban el plato para recibir el pedazo de dulce de batata que él servía con cuchara-catapulta. Una lonja se quedó pegada en el techo una vez.
esto tan lindo que hay en Rosario (parte de un mail a un amigo de Buenos Aires)
Chiqui González es mil cosas importantes y no parece ninguna de ellas cuando te habla. Es la voz más acariciante que conozco.
Nació en el mismo año que mis viejos (me acabo de enterar mientras buscaba algún datito para agregarle a esto); si bien tiene muchos rasgos comunes con su generación, se sale de ella de una manera en que me siento tocada.
Parezco de una secta, vendiéndote mi sanación por mail. Bueno, modero, modero el entusiasmo.
La cosa es que cuando llegué a Rosario, hace casi ocho años, me faltaban espacios propios. Seguía estudiando en Puan (viajaba una vez por semana), tenía changas que hacía en casa, poquísimos amigos aquí. El primer lugar que sentí mío acá --además del cielo amplio y el horizonte de edificios y río que veía desde mi balcón-- fue el tríptico de la infancia.
Un día, mientras caminábamos por Parque Independencia (tal vez lo conozcas, es un parque muy grande, antiguo, con un lago artificial y botecitos; es el paseo tradicional de los domingos: Juan iba con su mamá y su hermano cuando era chico), llegamos a unas puertas con rejas. Había que pagar dos pesos para entrar, pero era voluntario.
Se veían unas máquinas oxidadas donde chicos con arneses se tiraban como volando, y un barco hecho todo con cuerdas donde los nenes se trepaban y saltaban. No había ni un solo puesto donde te vendieran algo. Vimos una casita que había sido de leonardo da vinci, y allí estaban las huellas de sus inventos. un mecanismo con ruedas traía agua desde el fondo y movía unos engranajes. Muy lindo.
Pero el impacto fue entrar en un edificio al que accedías por una rampa y que tenía unas esculturas de lata en la puerta. Cuando entré y vi lo que había adentro, sentí que lo todo eso lo había pensado alguien amigo, alguien a quien también le gustaban los detalles, las cosas bellas, esa simplicidad profunda, la ternura.
No te lo describo mucho porque es difícil explicar sólo con palabras cómo son estos lugares. Todo allí se la pasa transmitiéndote que no hay un solo lenguaje para agarrar la realidad y jugar con ella. Te pego algunas fotos, pero tampoco alcanzan; en realidad, nunca alcanzan pero bueh.
Ella, Chiqui, es la responsable de que exista la Isla de los inventos, el Jardín de los niños y la Granja de la infancia, junto con su equipo de artistas plásticos, actores, escenógrafos, constructores... ahora parezco un folleto municipal. che, qué difícil esto.
El tríptico está dirigido a chicos y chicas de cualquier tamaño, forma y color y la búsqueda permanente es reflexionar sobre la ciudadanía, recuperar el espacio público, los lazos comunitarios, el valor de los procesos y de las cosas hechas a mano.
Los tres lugares se construyeron sobre edificaciones ya existentes: la isla era una estación de trenes, el jardín fue antes un zoológico y la granja un depósito de chatarra o algo así. La intervención en el espacio toma en cuenta la historia pero hace algo nuevo con ello. Muy interesante.
El año pasado se abrió la Escuela del tríptico, para adultos (convocaban a artistas, carpinteros, docentes, constructores, todo muy variadito). Me anoté sin saber qué era ni qué podía yo aportar. Y me aceptaron. Y desde el primer día fue todo fue sorprendente y maravilloso.
Por suerte nos queda un cuatrimestre más de cursada, el de la terminalidad: podés elegir entre dispositivos lúdicos (construcciones), montaje (para las puestas) y coordinación (la parte pedagógica). Yo elegí las dos últimas, veremos en qué termino.
En la Escuela encontré un enorme grupo en el que cuajaba sin esfuerzos y me nutrí de muchos otros, que me pasaron sus lenguajes. Ahora soy consciente de que no me basta la escritura para lo que haga, que quiero explorar todos los territorios expresivos que pueda (aunque mi casa sean las palabras). Logré dar unidad a las cosas que me tenían tan dispersa, y encontré la pequeña intersección que buscaba donde confluyen productivamente las esferas del arte y la política.
Finalmente entendí para quién yo quería escribir y por quién ser leída.
Más o menos eso. Lamento por vos que me haya salido tan largo, vos que me pedías que te contara "un poco". pero a mí me vino bien esta verborrea: creo que voy a adaptarlo para hacer una entrada del blog, porque tengo más amigos que no saben qué es esto tan lindo que hay en Rosario.
Nació en el mismo año que mis viejos (me acabo de enterar mientras buscaba algún datito para agregarle a esto); si bien tiene muchos rasgos comunes con su generación, se sale de ella de una manera en que me siento tocada.
Parezco de una secta, vendiéndote mi sanación por mail. Bueno, modero, modero el entusiasmo.
La cosa es que cuando llegué a Rosario, hace casi ocho años, me faltaban espacios propios. Seguía estudiando en Puan (viajaba una vez por semana), tenía changas que hacía en casa, poquísimos amigos aquí. El primer lugar que sentí mío acá --además del cielo amplio y el horizonte de edificios y río que veía desde mi balcón-- fue el tríptico de la infancia.
Un día, mientras caminábamos por Parque Independencia (tal vez lo conozcas, es un parque muy grande, antiguo, con un lago artificial y botecitos; es el paseo tradicional de los domingos: Juan iba con su mamá y su hermano cuando era chico), llegamos a unas puertas con rejas. Había que pagar dos pesos para entrar, pero era voluntario.
Se veían unas máquinas oxidadas donde chicos con arneses se tiraban como volando, y un barco hecho todo con cuerdas donde los nenes se trepaban y saltaban. No había ni un solo puesto donde te vendieran algo. Vimos una casita que había sido de leonardo da vinci, y allí estaban las huellas de sus inventos. un mecanismo con ruedas traía agua desde el fondo y movía unos engranajes. Muy lindo.
Pero el impacto fue entrar en un edificio al que accedías por una rampa y que tenía unas esculturas de lata en la puerta. Cuando entré y vi lo que había adentro, sentí que lo todo eso lo había pensado alguien amigo, alguien a quien también le gustaban los detalles, las cosas bellas, esa simplicidad profunda, la ternura.
No te lo describo mucho porque es difícil explicar sólo con palabras cómo son estos lugares. Todo allí se la pasa transmitiéndote que no hay un solo lenguaje para agarrar la realidad y jugar con ella. Te pego algunas fotos, pero tampoco alcanzan; en realidad, nunca alcanzan pero bueh.
Ella, Chiqui, es la responsable de que exista la Isla de los inventos, el Jardín de los niños y la Granja de la infancia, junto con su equipo de artistas plásticos, actores, escenógrafos, constructores... ahora parezco un folleto municipal. che, qué difícil esto.
El tríptico está dirigido a chicos y chicas de cualquier tamaño, forma y color y la búsqueda permanente es reflexionar sobre la ciudadanía, recuperar el espacio público, los lazos comunitarios, el valor de los procesos y de las cosas hechas a mano.
Los tres lugares se construyeron sobre edificaciones ya existentes: la isla era una estación de trenes, el jardín fue antes un zoológico y la granja un depósito de chatarra o algo así. La intervención en el espacio toma en cuenta la historia pero hace algo nuevo con ello. Muy interesante.
El año pasado se abrió la Escuela del tríptico, para adultos (convocaban a artistas, carpinteros, docentes, constructores, todo muy variadito). Me anoté sin saber qué era ni qué podía yo aportar. Y me aceptaron. Y desde el primer día fue todo fue sorprendente y maravilloso.
Por suerte nos queda un cuatrimestre más de cursada, el de la terminalidad: podés elegir entre dispositivos lúdicos (construcciones), montaje (para las puestas) y coordinación (la parte pedagógica). Yo elegí las dos últimas, veremos en qué termino.
En la Escuela encontré un enorme grupo en el que cuajaba sin esfuerzos y me nutrí de muchos otros, que me pasaron sus lenguajes. Ahora soy consciente de que no me basta la escritura para lo que haga, que quiero explorar todos los territorios expresivos que pueda (aunque mi casa sean las palabras). Logré dar unidad a las cosas que me tenían tan dispersa, y encontré la pequeña intersección que buscaba donde confluyen productivamente las esferas del arte y la política.
Finalmente entendí para quién yo quería escribir y por quién ser leída.
Más o menos eso. Lamento por vos que me haya salido tan largo, vos que me pedías que te contara "un poco". pero a mí me vino bien esta verborrea: creo que voy a adaptarlo para hacer una entrada del blog, porque tengo más amigos que no saben qué es esto tan lindo que hay en Rosario.
las fotos son de Ceci Roldan,
Lucas Mordini Cavallone, Rodo Succar y Ale Mendoza
Lucas Mordini Cavallone, Rodo Succar y Ale Mendoza
frutillas y presos
"Frutillas y presos son las únicas industrias corondinas", me dijo Hugo Pot --que estuvo en Coronda durante los últimos años de la década del setenta-- una noche que fui a comer a su casa y justo había frutillas con crema de postre.
Estuvimos en el río Coronda. Nos bañábamos entre penitenciarios, que reconocimos por sus tatuajes, sus cabezas prolijas, sus movimientos pesados; uno de ellos, torpe, se tiró a buscar una pelota y cayó chapoteando entre los nenes que estaban conmigo y yo. Los otros se rieron.
--Es más bruto que mujer de preso -dijo uno, por si quedaba alguna duda.
Compramos dulce de frutilla a la vuelta para completar la tournée. Y me quedé con ganas de sacarle una foto al cartel de "Supermercado 'El recuerdo'", que está en la entrada de la ciudad (por si alguien va y me hace la gauchada).
Estuvimos en el río Coronda. Nos bañábamos entre penitenciarios, que reconocimos por sus tatuajes, sus cabezas prolijas, sus movimientos pesados; uno de ellos, torpe, se tiró a buscar una pelota y cayó chapoteando entre los nenes que estaban conmigo y yo. Los otros se rieron.
--Es más bruto que mujer de preso -dijo uno, por si quedaba alguna duda.
Compramos dulce de frutilla a la vuelta para completar la tournée. Y me quedé con ganas de sacarle una foto al cartel de "Supermercado 'El recuerdo'", que está en la entrada de la ciudad (por si alguien va y me hace la gauchada).
feliz verso
Poema de un próximo libro [II] (Felisberto Hernández)
Debajo de un árbol y encima de un césped vi-
vía un silencio de cuerpo de aire y de vestidos de
luz, que el sol le hacía todos los días y la luna le
regalaba todas las noches.
Siempre que iba a vestirlo lo encontraba con
vestidos distintos, y me abrazaba tan fuertemente
que enseguida yo me quedaba lleno de silencio.
El es el único que sabe qué bella eres y cuán-
to te amo.
Él pasa su mano por mi frente y mis ojos, y
a pesar de que su mano es suave como una brisa,
despierta mis recuerdos y ellos se prenden a mis
vestidos.
Cuando vuelvo a mi casa él me acompaña un
trecho largo. Después con su mano de brisa, despi-
de lentamente mis queridos recuerdos.
Y todos ellos, los que llevan tu nombre, tu
imagen, tu belleza, tus movimientos, tus palabras,
tu almita y tu amor, vuelven a dormir en el rincón
más caliente del corazón.
Debajo de un árbol y encima de un césped vi-
vía un silencio de cuerpo de aire y de vestidos de
luz, que el sol le hacía todos los días y la luna le
regalaba todas las noches.
Siempre que iba a vestirlo lo encontraba con
vestidos distintos, y me abrazaba tan fuertemente
que enseguida yo me quedaba lleno de silencio.
El es el único que sabe qué bella eres y cuán-
to te amo.
Él pasa su mano por mi frente y mis ojos, y
a pesar de que su mano es suave como una brisa,
despierta mis recuerdos y ellos se prenden a mis
vestidos.
Cuando vuelvo a mi casa él me acompaña un
trecho largo. Después con su mano de brisa, despi-
de lentamente mis queridos recuerdos.
Y todos ellos, los que llevan tu nombre, tu
imagen, tu belleza, tus movimientos, tus palabras,
tu almita y tu amor, vuelven a dormir en el rincón
más caliente del corazón.
La envenenada (1931)
Una tarde
Unas gallinas
alrededor de la casa
picotean el pasto ralo.
Atardece.
Adentro se cocina el arroz
sobre el anafe de la garrafa.
El ajo crudo tiene menos
secuelas que el cocido;
se siente el olor hasta en los cuartos.
Hay pocos ruidos: el agua que hierve,
los golpes secos del cuchillo en la tabla,
el zumbido del gas que se quema,
un perro lejano, uno de nuestros grillos.
Las cosas nunca se copian con tanta belleza,
como esas nubes grises que avanzan
en remolino lento desde allá
y que van a tapar la uña de la luna cuando salga.
alrededor de la casa
picotean el pasto ralo.
Atardece.
Adentro se cocina el arroz
sobre el anafe de la garrafa.
El ajo crudo tiene menos
secuelas que el cocido;
se siente el olor hasta en los cuartos.
Hay pocos ruidos: el agua que hierve,
los golpes secos del cuchillo en la tabla,
el zumbido del gas que se quema,
un perro lejano, uno de nuestros grillos.
Las cosas nunca se copian con tanta belleza,
como esas nubes grises que avanzan
en remolino lento desde allá
y que van a tapar la uña de la luna cuando salga.
pedidos
Trabajé en un bar
un par de meses
en verano
por el dinero
y para llevar un diario
recolectaba especímenes
humanos
Parecía un barco de noche
el bar no cerraba nunca
la gente bajaba y subía en los puertos
los que iban al cine o salían
todos juntos
complicaban la cosa
Estaba la que daba vueltas
por la calle y venía a traerle
el dinero al hombre
que la esperaba y
dejaba la mesa cubierta
de bollos de servilletas
Otro que se quedaba todo el viaje
venía a dormir
con los brazos cruzados
yo me iba a las cinco
él seguía hasta que baldeaban
las veredas
La mujer que devoraba
los merengues del café
y me alcanzaba el platito
sonreía, quería más
el lavacopas se enojaba:
solo dos con cada pocillo
pagado, a lo sumo tres.
La mesa de los viejos
que vivían en pensiones cercanas
y nos sonreían con pocos dientes
les gustaba nuestro uniforme
a veces nos sentábamos con ellos
y nos sacamos una foto
Otra mesa, otro viejo
de mostachos blancos, vestido de negro,
hablaba con su amigo del teatro vecino
echaba la cabeza hacia atrás
(gesto de escritor reconocido)
todavía creía que podía ser novio
de alguien de diecinueve años
su casa estaba cerca, una vez lo seguí
para ver cómo viven los escritores
miré por la cerradura de su monoambiente
y sentí mucha pena, mucha pena
Tantos personajes
y las propinas
eran la mitad del sueldo
yo era lenta pero amable
solo una vez escupí
dentro de un whisky,
pero apenas
(uno que me trató mal
no me acuerdo por qué)
cuando me iba a la cama
repetía dormida
los pedidos
un café apenas cortado
whisky con hielo, nena
cerveza, café, tostado
dos lágrimas, un peso
te lo pedí apenas cortado
Era verano,
no había nadie en la ciudad
andaba como de vacaciones
podía cruzar por mitad de cuadra
la avenida en rojo
no estaban los abogados
ni sus autos
venía el nene
que vendía rosas
y vivía por villa domenico
charlaba, charlaba
también creía que podía ser novio
de alguien de diecinueve años
era con hielo
on the rocks, sin espuma
cobrate, pedile maníes
un tostado, billete de dos pesos
on the rocks, te dije, llevamelo afuera
no importa que llueva
todavía no había tanta gente
mirando la basura
sólo la de mac donald
y hacían cola en la pizzería
para llevarse las sobras
que repartían a cierta hora.
Ahora casi no escribo
sobre el presente
me gustaría saber
dónde puse
ese cuaderno.
un par de meses
en verano
por el dinero
y para llevar un diario
recolectaba especímenes
humanos
Parecía un barco de noche
el bar no cerraba nunca
la gente bajaba y subía en los puertos
los que iban al cine o salían
todos juntos
complicaban la cosa
Estaba la que daba vueltas
por la calle y venía a traerle
el dinero al hombre
que la esperaba y
dejaba la mesa cubierta
de bollos de servilletas
Otro que se quedaba todo el viaje
venía a dormir
con los brazos cruzados
yo me iba a las cinco
él seguía hasta que baldeaban
las veredas
La mujer que devoraba
los merengues del café
y me alcanzaba el platito
sonreía, quería más
el lavacopas se enojaba:
solo dos con cada pocillo
pagado, a lo sumo tres.
La mesa de los viejos
que vivían en pensiones cercanas
y nos sonreían con pocos dientes
les gustaba nuestro uniforme
a veces nos sentábamos con ellos
y nos sacamos una foto
Otra mesa, otro viejo
de mostachos blancos, vestido de negro,
hablaba con su amigo del teatro vecino
echaba la cabeza hacia atrás
(gesto de escritor reconocido)
todavía creía que podía ser novio
de alguien de diecinueve años
su casa estaba cerca, una vez lo seguí
para ver cómo viven los escritores
miré por la cerradura de su monoambiente
y sentí mucha pena, mucha pena
Tantos personajes
y las propinas
eran la mitad del sueldo
yo era lenta pero amable
solo una vez escupí
dentro de un whisky,
pero apenas
(uno que me trató mal
no me acuerdo por qué)
cuando me iba a la cama
repetía dormida
los pedidos
un café apenas cortado
whisky con hielo, nena
cerveza, café, tostado
dos lágrimas, un peso
te lo pedí apenas cortado
Era verano,
no había nadie en la ciudad
andaba como de vacaciones
podía cruzar por mitad de cuadra
la avenida en rojo
no estaban los abogados
ni sus autos
venía el nene
que vendía rosas
y vivía por villa domenico
charlaba, charlaba
también creía que podía ser novio
de alguien de diecinueve años
era con hielo
on the rocks, sin espuma
cobrate, pedile maníes
un tostado, billete de dos pesos
on the rocks, te dije, llevamelo afuera
no importa que llueva
todavía no había tanta gente
mirando la basura
sólo la de mac donald
y hacían cola en la pizzería
para llevarse las sobras
que repartían a cierta hora.
Ahora casi no escribo
sobre el presente
me gustaría saber
dónde puse
ese cuaderno.
trueque
Las cosas iban realmente mal en la imprenta familiar, en la pareja de mi madre y Andrés, en el país de las cosas importadas a dos pesos.
Ella empezó a vender tarjetas y talonarios de facturas por canje. Todo lo conseguía por canje. Desde los uniformes de la escuela de mis hermanos hasta, no sé, cosas que se comían.
Si hubiera podido pagar las expensas atrasadas del departamento de Callao y Lavalle con algún trabajo de la imprenta, la situación habría sido menos apremiante. Tenían que irse porque se les venía el remate. Había que achicarse, vender, pagar innumerables deudas.
El aire entre ellos era irrespirable. Andrés se había olvidado una macintosh en un taxi, le cambiaba cheques al del Organito, el bar de la esquina. Ella seguia con sus canjes, que él criticaba porque no pagaban las deudas. Se estaban por separar pero no se decidían.
En eso se vendió el departamento, mi madre consiguió un crédito milagroso con el que se compró otro por la zona, ínfimo, oscuro. Y pusieron fin al largo capítulo.
Para Andrés coincidió con el final del libro. Pero se abrió otro para mi madre: formalizó su amor por el canje y se metió de lleno en el club del trueque. Empezó a operar no sé ante quién para conseguir un espacio por Chacarita, en un edificio que había sido del ferrocarril.
Todo lo que había en su heladera provenía de sus intercambios. Esa navidad, me regaló una olla de cobre para hacer fondue que un señor había llevado para "trocar", junto con otros objetos de su casa. Nunca la usé pero me gusta mirarla y pensar en lo que vivió antes de terminar en mi cristalero.
Karina estaba pasando por un pésimo momento. Iba a todos lados con su bicicleta azul, hacía bozales de cuero en su casa pero tenía pocos encargos. Entonces le avisé del nodo de Chacarita y allí llevó unas tortas de avena y manzana, tan ricas, tan ricas. Y se hizo amiga de mi mamá, y conoció algunos compañeros del ERP --donde había militado su mamá--, que se habían reciclado como trocadores.
Una vez que fui al nodo a ayudar a mi madre con la verdura (porque se le había ocurrido comprar verdura en el mercado central y llevarla al trueque, y salía como loca, la verdura), después varias mujeres nos fuimos a tomar un café al bar de enfrente. Mi madre había conocido a un hombre un poco mayor que ella, que la estaba cortejando, contaba, y se reía desencajada: decía que se veía correteando por los pasillos del geriátrico y que había que reírse, porque lo había leído en una revista.
símbolos
la lluvia, la calle mojada
los caballos alzados
el pueblounido
la piedra, la rosa
tan silenciosos símbolos
los recorro
como notas en un piano
de una melodía que nadie oye
"hay cosas sobre las que es mejor callar"
pero me acuerdo de esa calle mojada
incluso tenía un poste de luz
que me pegó una patada:
es mi primer recuerdo.
me acuerdo de esa rosa dibujada
en aquel partido sin pelota
donde vi una película
en blanco y negro
de unos caballos levantados
contra gente que tiraba piedras
en una ciudad lejana
y sonaba una canción,
alguien que tenía que volver
a la fábrica después de cinco minutos
y se acordaba de alguien
y de una calle mojada.
los caballos alzados
el pueblounido
la piedra, la rosa
tan silenciosos símbolos
los recorro
como notas en un piano
de una melodía que nadie oye
"hay cosas sobre las que es mejor callar"
pero me acuerdo de esa calle mojada
incluso tenía un poste de luz
que me pegó una patada:
es mi primer recuerdo.
me acuerdo de esa rosa dibujada
en aquel partido sin pelota
donde vi una película
en blanco y negro
de unos caballos levantados
contra gente que tiraba piedras
en una ciudad lejana
y sonaba una canción,
alguien que tenía que volver
a la fábrica después de cinco minutos
y se acordaba de alguien
y de una calle mojada.
Las manos de todos los negros arriba y arriba
En la secundaria, tenía una amiga que lograba escribir sus diarios sentada en la Giralda sin convertirse en un lugar común, en otra imitadora de la Maga. Su manera de fumar, sus gustos musicales, sus lecturas, todo lo que se relacionaba con ella era extremadamente cool.
Una vez, mientras íbamos en subte a Plaza Italia, me dijo que a ella jamás se le ocurriría publicar algo, porque no podía concebir que le pudiera interesar a alguien o que, si a alguien le interesaba, ese alguien le caería muy mal.
Hasta ese momento, yo daba por descontado que sería "escritora"; había estado tan centrada en mí, que no había registrado el factor lectores, el factor aceptación. En ese viaje en subte dejé algo de mi candor.
Podía intuir, sin embargo, que corría algo muy depresivo por debajo de la postura ultravanguardista de mi amiga, pero no encontraba palabras para disuadirla o refutarla.
Mi respuesta llegó, finalmente, un par de años después, durante una mañana en que volvía para mi casa desde la suya, por Avenida de Mayo; mirando hacia arriba, reparé en la mujer que adorna la cúpula del edificio de La Prensa, que levanta unas cosas en sus manos, y me agarraron unas ganas incontenibles de imitarla, de erguir los brazos, de caminar sola con los brazos hacia arriba un buen rato, por la vereda sur de Avenida de Mayo a las nueve de la mañana. Lo hice y concédanme que fue como publicarme en una antología de gestos urbanos, inútiles y ridículos.
Cada vez que me quiero librar de pensamientos hostiles, de miradas ajenas que yo misma pongo en mí, me empiezan a hormiguear los brazos.
Una vez, mientras íbamos en subte a Plaza Italia, me dijo que a ella jamás se le ocurriría publicar algo, porque no podía concebir que le pudiera interesar a alguien o que, si a alguien le interesaba, ese alguien le caería muy mal.
Hasta ese momento, yo daba por descontado que sería "escritora"; había estado tan centrada en mí, que no había registrado el factor lectores, el factor aceptación. En ese viaje en subte dejé algo de mi candor.
Podía intuir, sin embargo, que corría algo muy depresivo por debajo de la postura ultravanguardista de mi amiga, pero no encontraba palabras para disuadirla o refutarla.
Mi respuesta llegó, finalmente, un par de años después, durante una mañana en que volvía para mi casa desde la suya, por Avenida de Mayo; mirando hacia arriba, reparé en la mujer que adorna la cúpula del edificio de La Prensa, que levanta unas cosas en sus manos, y me agarraron unas ganas incontenibles de imitarla, de erguir los brazos, de caminar sola con los brazos hacia arriba un buen rato, por la vereda sur de Avenida de Mayo a las nueve de la mañana. Lo hice y concédanme que fue como publicarme en una antología de gestos urbanos, inútiles y ridículos.
Cada vez que me quiero librar de pensamientos hostiles, de miradas ajenas que yo misma pongo en mí, me empiezan a hormiguear los brazos.
imagen: acá (gracias al cerebro curioso)
A la bonnard
Dicen que Pierre Bonnard, pintor francés, era tan obsesivo con sus trabajos, que solía meterse en los museos donde sus obras estaban expuestas y las retocaba a espaldas de los vigilantes.
Es el santo patrono de mi permanente trabajo en curso.
Es el santo patrono de mi permanente trabajo en curso.
peluca y diario íntimo
Mi madre es experta en desmantelar casas de personas que murieron. Ya le tocó desarmar como cinco.
Tiene esa sangre fría de ir y empezar a ver qué sirve, qué no, qué se tira, qué se regala. No la tocan esas reflexiones sobre las rutinas interrumpidas de aquellos objetos, ni mucho menos sobre las rutinas que se interrumpirían el día que alguien elija los objetos de su propia casa.
Es una maestra de "la vida sigue y qué lindo microondas, justo a mí me falta uno" o de comprarse un mantel con flores amarillas a la salida del tribunal en el que acaba de declarar sobre el asesinato de su primer marido.
En la última clasificación de objetos ajenos, encontró una peluca rubia y una carpeta de cartulina que contenía unas hojas sueltas, algunas escritas a mano y otras mecanografiadas entre 1969 y 1975.
Era en la casa del padre de su actual marido. Longevo, su tercer suegro acababa de morir a los 98 años. La madrastra, más joven pero menos longeva, había dejado en un cajón del escritorio un diario íntimo redactado en hojas sueltas y membretadas con la rúbrica oficial de la Junta Nacional de Carnes.
Mi madre se lo trajo para dármelo ("hay que hacer algo con esto, es maravilloso cómo esta mujer se creía una heroína de telenovela"), junto con una mesa para Karina, unas sillas, un modular y el microondas que le hacía falta. La peluca rubia y pajosa imagino que la habrá tirado.
imagen: mao augello ortiz
eso que me gusta
El silencio es tan importante como las palabras que lo acompañan. En la vida y en los textos, sin un silencio no te viene esa emoción.
Nacho y la percepción de lo real
1. Viajando en auto, mirando hacia adelante, Nacho se pregunta, medio fastidiado: "¿Por qué siempre muestran mi vida? ¿Por qué no muestran OTRA vida?"
2. Diálogo en la cocina.
-- Mamá, ¿esto es la vida real o es un sueño?
-- No estoy segura. ¿Pero para qué querés saberlo?
-- Lo necesito saber porque estoy cansado que me hagan ese sueño que tengo, de que estoy en el juego de Clubpingüin y que tengo una llave para abrir una puerta y voy caminando hasta llegar al lugar del oro, y después llego a un lugar y entonces....
Ya sabe, si no le gusta cómo se ve su vida, favor de dirigirse al editor multimedia que se la organiza...
Ya sabe, si no le gusta cómo se ve su vida, favor de dirigirse al editor multimedia que se la organiza...
cuartos
Hace un tiempo, mi madre vino toda alborotada, con una noticia extraña. Habían encontrado un local de la organización Montoneros que había estado literalmente "compartimentado" durante treinta y pico de años (en jerga de la orga, "compartimentación" significa aislamiento estratégico, por seguridad propia y de los compañeros). En aquel entonces, el dueño de la casa había levantado de apuro una pared de ladrillos en el frente y había tapado el acceso al local.
La casa cambió de habitantes varias veces y un día a alguien se le ocurrió tirar esa pared, que no se sabía para qué estaba; según esa noticia traída por mi madre pero que nunca vi en ningún diario, apareció el lugar intacto, con volantes, pancartas, ceniceros cargados, el tarro de yerba, el termo semi vacío.
Tengo dentro de mí muchos cuartos tapiados; cuando me encuentro con una persona de algún pasado, se desparraman los ladrillos y empiezan a salir objetos raros, como nombres que ya no me señalan o algún rasgo que no siento propio, o el aire que respiraba cuando la pared se levantó. Pero lo que busco con más cuidado, mientras voy sacando los papeles del camino, es esa yo que me mira desde algún rincón del cuarto.
La casa cambió de habitantes varias veces y un día a alguien se le ocurrió tirar esa pared, que no se sabía para qué estaba; según esa noticia traída por mi madre pero que nunca vi en ningún diario, apareció el lugar intacto, con volantes, pancartas, ceniceros cargados, el tarro de yerba, el termo semi vacío.
Tengo dentro de mí muchos cuartos tapiados; cuando me encuentro con una persona de algún pasado, se desparraman los ladrillos y empiezan a salir objetos raros, como nombres que ya no me señalan o algún rasgo que no siento propio, o el aire que respiraba cuando la pared se levantó. Pero lo que busco con más cuidado, mientras voy sacando los papeles del camino, es esa yo que me mira desde algún rincón del cuarto.
ropa
el vecino de arriba fumaba
acodado en la ventana
se veía la lucecita roja
que se ponía más intensa
cuando se movía
no es importante
yo fantaseaba con que alguien
me viera desnuda
tenía ganas de sacarme la ropa
en lugares inadecuados
y el viejo de arriba que
fumaba largamente
callado
y estaba en la ventana
justo enfrente de donde
yo pasé en bombacha
y sin remera
se murió rápido
cáncer de pulmón
qué otra cosa
sentí alivio
y su hija cuarentona
al tiempo nos robó ropa
de la soga en la terraza
la vi con mi vestido rosa
un día que salía
le había cortado las mangas
y me sostuvo la puerta.
acodado en la ventana
se veía la lucecita roja
que se ponía más intensa
cuando se movía
no es importante
yo fantaseaba con que alguien
me viera desnuda
tenía ganas de sacarme la ropa
en lugares inadecuados
y el viejo de arriba que
fumaba largamente
callado
y estaba en la ventana
justo enfrente de donde
yo pasé en bombacha
y sin remera
se murió rápido
cáncer de pulmón
qué otra cosa
sentí alivio
y su hija cuarentona
al tiempo nos robó ropa
de la soga en la terraza
la vi con mi vestido rosa
un día que salía
le había cortado las mangas
y me sostuvo la puerta.
límite
"Bueno, pero no bovaricemos", me admonesto a veces cuando me pongo a escribir un diario. Y estamos en el límite, así que paro (porque díganme si autodiagnosticárselo no es una forma tardía de bovarismo).
imagen: acá, con artículo y todo.
noches
"Es que el gorila del laberinto del terror se metió en mi imaginación y no me deja dormir", suele gritar a veces nacho cuando se termina el día, cuando la casa se apaga.
patio
Mientras barro el patio,
la cabeza se me despega
los ojos se nieblan
mis ideas oscilan
se estiran y amontonan
el viento las desarma
se separan dos que estaban
–el perro pasa y me las pisa–
tan pegadas que eran una
se me arman poemas
mientras barro
y me visitan asuntos cósmicos.
La muerte es una cuestión de espacio,
me decía mi padre,
que ahora está muerto,
que ahora es algo que da de comer
a los gusanos que dan de comer a la tierra
con su caca
que da de comer al árbol que da una pera
a una vaca que la agarra y que nosotros
compramos en el supermercado,
en cajas apiladas de vaca, como una biblioteca.
Si no te morís, ocupás lugar:
el mundo se asfixia con tanta gente,
tantas vacas, gusanos y peras.
Recién baldeaba y lo entendí.
la cabeza se me despega
los ojos se nieblan
mis ideas oscilan
se estiran y amontonan
el viento las desarma
se separan dos que estaban
–el perro pasa y me las pisa–
tan pegadas que eran una
se me arman poemas
mientras barro
y me visitan asuntos cósmicos.
La muerte es una cuestión de espacio,
me decía mi padre,
que ahora está muerto,
que ahora es algo que da de comer
a los gusanos que dan de comer a la tierra
con su caca
que da de comer al árbol que da una pera
a una vaca que la agarra y que nosotros
compramos en el supermercado,
en cajas apiladas de vaca, como una biblioteca.
Si no te morís, ocupás lugar:
el mundo se asfixia con tanta gente,
tantas vacas, gusanos y peras.
Recién baldeaba y lo entendí.
imagen recurrente
Es de noche, el pequeño Truman extraña a su madre, joven y hermosa, que salió de juerga (en mi mente, el narrador habla a veces como en las traducciones españolas). Sube las escaleras blancas y abre la puerta del dormitorio de ella; el cobertor de raso está arrugado y hay algunos trajes tirados por el suelo, los que ella se probó y descartó para la ocasión.
El pequeño Truman coge el frasco de perfume de su madre y sin respirar se traga toda la sinécdoque.
El pequeño Truman coge el frasco de perfume de su madre y sin respirar se traga toda la sinécdoque.
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