Para hacer el retrato de un pájaro (Jacques Prévert)



Primero, pintar una jaula / con la puerta abierta / luego pintar algo lindo, / algo simple / algo hermoso / algo útil / para el pájaro / después colocar la tela contra un árbol / en un jardín / en un monte / o en un bosque / esconderse detrás del árbol / sin decir nada / sin moverse… // A veces el pájaro viene rápido / Pero también puede tomarle muchos años decidirse. // No desanimarse / esperar / si hace falta esperar durante años / la prontitud o la demora del pájaro / no tiene ninguna relación / con el resultado del cuadro / cuando el pájaro llega / si llega / mantenerse en el silencio más profundo / esperar que el pájaro entre en la jaula / y cuando haya entrado / cerrar suavemente la puerta con el pincel / y luego / deshacer los barrotes uno por uno / siempre cuidando de no tocar ninguna pluma del pájaro. // Luego reproducir el árbol / eligiendo la rama más hermosa / para el pájaro / también pintar las hojas verdes y la frescura del viento / el polvillo del sol / y el zumbido de los bichos del pasto en el calor veraniego / y luego aguardar que el pájaro se ponga a cantar // Si el pájaro no canta, es una mala señal / es señal de que el cuadro es malo // Pero si canta es una buena señal / es señal de que usted puede firmar el cuadro / Entonces muy despacito arránquele una pluma al pájaro / y escriba su nombre en un rincón del cuadro.

cuento para una madre que se queda dormida sin contar un cuento


—Mamá, primero yo y después vos, ¿sí? Bueno, había una vez el planeta, que estaba herido porque le habían tirado una piedra y le salía sangre. Entonces nos fuimos a otro planeta. ¿Y sabés qué había en ese planeta? ¡Todas las personas de la televisión! Estaban Ben-10, Mickey, Batman, esos de la cocina que ves vos, Tom y Jerry... Bueno, todos vivían ahí. ¿Y sabés qué veían cuando miraban la televisión? ¡A nosotros!

—¡Qué maravilla! ¿Y si nosotros veíamos la tele? ¿Se veían a ellos mismos en nuestra tele?

—No, se cortaba la imagen. Bueno, ahora te toca a vos. ¿Ma? ¿Mamá?

instrucciones para volar


"Volar es como saltar pero te quedás ahí más tiempo."

(Nachi, 5 años)

picoteos

el viento toca una flauta de edificios
hojas y papelitos se van
y los árboles asienten.

subte a la mañana, olores de cuerpos mezclados,
el helicóptero amarillo y roto vuela en turnos iguales
por las manos de los tres nenes rumanos.

más libélulas

(...)
Vinimos a Escocia por algunos meses. En el barco que nos trajo todo el mundo vomitaba y yo también. Mi mamá está estudiando en la universidad y tenía que pasar un tiempo acá. Ya me sé tres idiomas, sin contar el argentino porque ya lo tenía cuando era chiquita: el francés, el que aprendí en Roma y este nuevo, el inglés. Puedo jugar con chicos de tres países. Vivimos en lo de una señora que se llama Jenny, no sé cómo la conoció mi mamá. La primera noche me hicieron dormir en el cuarto del hijo; es lindo porque es arriba de todo y el techo es bajito y se junta como en una cabaña de dibujitos animados, pero el nene siempre tiene mocos y es más chico que yo y a la noche me da frío; yo quiero ir a la cama de mi mamá.
El hijo de Jenny va a la misma escuela que yo. A mí me pusieron en una clase de chicos más grandes (pero todas las clases querían que yo fuera con ellos), porque la maestra sabe francés y así habla conmigo. Todos se visten con la misma ropa, gris y azul, con un escudito en el pulóver, pero yo no. Cuando nos sacaron la foto del curso, a mí me daba vergüenza porque estaba vestida con un jardinero rojo que se notaba mucho; salí medio fea.
A la noche mi mamá se queda hasta tarde en la universidad y yo no duermo hasta que llega. Me quedo en su cama y agarro el camisón de ella y lo huelo, es rico y me da ganas de llorar, pero con ese llanto sin ruido, de lágrimas que van saliendo calentitas y que no se terminan nunca. Hace mucho frío porque de noche se apaga la calefacción. Por suerte a mi mamá también le gusta que yo duerma en su cama. Cuando no me puedo dormir ella se pone en cucharita conmigo y me dice despacito “quedate blandita, blandita; las piernas se te ponen blanditas, blanditas…, los brazos se te ponen blanditos, blanditos…” y así hasta que me duermo.
Mi mamá tiene un papel de cartas color lila que tiene perfume. Le escribe a un señor que conocimos en Italia en el verano. El señor le contestó y se puso contenta, pero esa carta no tenía perfume, era flaquita y con muchas estampillas.
Me llevo otros olores de Escocia, además de ese perfume: la caja del hámster, que está en la cocina y tiene olor a zanahoria vieja, lechuga y un poco de pis, el jabón palmolive de la bañadera con espuma, cuando nos bañan con el nene de Jenny y algo parecido al café quemado, que vuela por las calles de Edimburgo y que viene de los lugares donde hacen whisky. Ahora ya sé cómo voy a volver acá cuando nos hayamos ido: es sólo cuestión de encontrar un olor similar, cerrar los ojos y sentir que estás ahí otra vez…
* * *
Otra vez estamos en el departamento nuestro, en Ginebra. Me gusta volver a casa. Mi mamá se pone de mal humor porque el tubo de la mayonesa que dejamos en la heladera está todo abollado. Los que se quedaron en casa cuando nosotras estuvimos en Escocia, una familia con dos hijos, no usan la mayonesa como ella, que va dando vuelta una llave que se pone en el extremo, así se va gastando todo parejo y no se desperdicia nada. Ya se fueron a otro país, yo no los conocí pero durmieron en mi cama. Marta tampoco está. Me contó mi mamá que se volvió para la Argentina, a luchar, a rescatar a los presos amigos de mi papá. ¿Por qué no iremos nosotras? ¿Será porque mi papá está en el cielo? Igualmente, nos gusta jugar con Cuqui y otros argentinos a que las camas cuchetas de su casa son un barco. Nos trepamos y viajamos mucho hasta llegar a abrir las puertas de la cárcel… Marta se fue y dejó unas sandalias hermosas, blancas, con taco alto; no las va a necesitar. Lo bueno es que mi mamá usa solo taco bajo y yo puedo ponérmelas para jugar a ser linda. También tengo una cartera para eso y la tapa de un lápiz de labio.
Fuimos a un circo con mi mamá. Había un payaso medio triste, que se llamaba Dimitri. Tocaba el violín sentado en una silla que estaba apoyada en una cuerda, en el aire. Nos hizo reír mucho cuando decía “Oh, la-laa!”. A mi mamá le gustó tanto como me sale a mí, que a veces me despierta a la noche para que se lo diga. Y a mí me gusta mucho que se ría con cosas que hago yo. Ella a mí me hace reír con las cosquillas o cuando me tira para atrás y no me deja levantarme, y cuando me hace hablar y me mueve la mandíbula y todo lo que digo sale torcido… La noche es el mejor momento del día, a la hora de la comida con mi mamá; ella me pregunta un montón de cosas: con quién jugué, qué comí en el comedor, qué hicimos en la escuela… Y también me cuenta cosas de Argentina y de mi papá. A veces agarra el grabador y sin que me dé cuenta me graba diciendo cosas o cantando canciones de la escuela y después las escuchamos.
Pero cuando me porto mal, mi mamá –si está cocinando– sacude la cuchara de madera y me dice con voz firme, la frente arrugada y la boca apretada: “te voy a sacar hecha y derecha, como querría tu papá”. Y se me hace que soy como un árbol que puede crecer torcido para el costado si mi mamá no estuviera; me tranquiliza cuando me reta así, porque yo no sé cómo hacer para salir hecha y derecha, y mucho menos cómo lo haría mi papá. Pero es feo cuando se enoja tanto que no me habla, se hace la sorda. Yo sé que se está haciendo; pero cuando tarda en volver a contestarme, me da un poco de miedo que sea verdad.

libélulas (2)

¡Cumplí años! Mi mamá me consiguió unos hijos de alguien que conoce para que yo festeje con chicos. La pasamos muy bien, fuimos al zoológico y le dimos de comer a unos bambis. Después corrimos en el parque que estaba al lado: es inmenso y tiene el pasto verde intenso. Con esos chicos jugamos perseguirnos y como no podemos hablarnos nos hacemos gestos con la mano cuando estamos cansados y queremos parar.
Al volver al hotel (vivimos en un hotel de una provincia que se llama Ginebra), detrás de la cama había una caja grande. Rompí el celofán que tenía arriba y adentro había una muñeca con ropa celeste, con chupete que, si se lo sacás, llora. Le puse Lucas, como mi novio del jardín de allá. Ya tengo un mono, un perro y un bebé.
En la mesa de la recepción, somos varios chicos los que nos sentamos a dibujar, casi todos argentinos y todos dibujamos hoteles. Alguien empezó y los demás lo copiamos. Hacemos un rectángulo parado, lo dividimos en cuadrados, que son los cuartos, y ahí dibujamos camas de distintos tamaños, también hacemos los baños. Yo fui la única que dibujó el inodoro con la cadena sin tirar; creo que nadie me copió.
Hace tanto frío que mi mamá guarda la leche y la manteca detrás de la ventana. Abrir la ventana es como abrir la heladera y sacar lo que necesitás. A veces no bajamos al comedor; tomamos una taza de sopa que hace mi mamá con un sobre y agua caliente.
* * *
Estoy yendo a la escuela, es de unas monjas italianas que me dicen “María de la Güerra”. Voy todo el día, hasta me quedo a la comida de la noche, porque acá comen le souper cuando todavía es de día. Nos dan unas cerezas en almíbar muy ricas, y a veces unos cosos largos, con crema de chocolate por dentro que se llaman éclairs, pero no siempre, casi siempre hay fruta, no entiendo cómo se le puede llamar postre a eso. En el comedor hay mucho ruido y a mí me gusta taparme y destaparme las orejas con las manos, para que el ruido se haga más cortado y raro. O junto los dos pulgares con los dos índices y se hace una ventanita con las uñas que sirve para mirar todo… Cuando venimos para acá, tenemos que agarrar una ruta por la que cruzan las ardillas que viven en los árboles de los costados. Está todo lleno de hojas amarillas, rojas y marrones. Es lindo.
Cuando llueve, no salimos al patio: nos quedamos corriendo en una sala grande. Es la misma donde ponen las camitas para dormir la siesta: yo nunca puedo dormir y me quedo escuchando el ruido que hacen los aviones que pasan por arriba; es una fea sensación el ruido de avión entre el silencio, como las motos que se alejan en medio de la noche cuando no me puedo dormir. Odio dormir la siesta, pero lo que más odio de todo es ver cuando la maestra se envuelve en una manta gris y se acuesta en un banco, y yo sé que soy la única que queda despierta.
Decía que cuando llueve nos quedamos adentro y nos hacen correr a todos en círculo; es bastante aburrido. Una vez me golpeé la cabeza contra la pared porque no me di cuenta de doblar y pensé que por ahí me había quedado tonta por el golpe, pero traté de pensar en mi papá para probar si podía y me quedé con su imagen en mi cabeza un rato hasta que me puse a correr otra vez. Ese ratito duró mucho mucho tiempo.
Cada tanto me acuerdo de ese momento y trato de agarrar otra vez la imagen de mi papá, pero me parece que si pienso mucho en esa imagen se va a gastar y ya no voy a poder acordarme de mi papá. Mi papá ahora es esa imagen de un hombre alto, parado, con hombros anchos, que se va gastando cada vez que vuelve a mi cabeza. También lo dibujé en el cielo, en medio de unas nubes, con Dios y Jesús a los costados, porque ahí me dijo mi mamá que estaba, que no estaba en el parque donde fuimos a saludarlo antes de irnos (porque cuando yo le convidé, hacia abajo, un poco de mi chocolate, mi mamá me dijo que no estaba allí, que me comiera el chocolate yo). Y en el dibujo nos puse a mi mamá y a mí yendo a visitarlo, pero no se puede ir cuando uno quiere; si vas cuando querés, entonces no te encontrás con la persona que buscás. No se sabe bien cuánto, pero tengo que esperar para volver a ver a mi papá. También para ver a mi abuela Chela, que es la mamá de mi papá, pero sólo hasta que se vayan los militares. Ella me manda las revistas Billiken y Anteojito todas las semanas, y me escribe algo en las páginas del medio. Mi mamá la llama por teléfono y le mandamos postales de los lugares que visitamos.

libélulas (1)

Tengo tres años, estoy en un aeropuerto con mi mamá y algunos familiares que nos despiden. Hay rincones tapados con madera y telas plásticas; me siento en un andén sin trenes. Nos metemos por un túnel, nos vamos caminando. Los demás se quedan atrás. Vamos al avión, vamos a uropa.
En el avión, corro por los pasillos, salto agarrada de los apoyabrazos, miro las luces que se prenden en el techo. Una azafata me regala una caja con colores para pintar un libro de figuras que tiene el nombre de la compañía aérea.
Me quedo dormida. Duermo bastante. Parece que el avión tuvo una demora de tres horas antes de despegar. Viajo con un mono vestido de marinero que tiene una banana de goma pegada en la mano y en la boca un agujerito del tamaño exacto como para encastrarla. Mi mamá viaja conmigo, pero yo no tengo agujerito en la boca, sino que la abro grande para decir chau a todos los que se quedan abajo. Y mi mano se mueve de derecha a izquierda, limpiando a la vez mi aliento en el acrílico de la ventana.
En las butacas de atrás, hay dos señores que duermen y un espacio en el medio. Uno de los dos está tapado hasta los ojos.
También estoy dormida cuando el avión llega a destino.
* * *
En París hay olor a sopa en los pasillos de los edificios. Sopa del mediodía a las cinco de la tarde, mezclada con olor a edificio antiguo, mármol y paredes frías. En la casa de la gente que nos aloja, otros argentinos como nosotras, no hay baño. Para hacer pis, hay que salir del departamento y usar el baño que está en el pasillo y que todos los del piso usan. Por eso mi mamá me baña en la pileta de la cocina, como un plato. Qué lástima que por la cañería se me escapó la perla del aro que me había regalado Mamama, la mamá de mi mamá. Ahora no sé dónde vamos a comprar uno nuevo, y tengo una sola oreja con arito.
Una señora francesa que fuimos a visitar me regala mi primer libro en francés. Es de Disney, Los aristogatos. Mi mamá me lo cuenta en castellano y me pone un poco triste, y la casa de la viejita que me regaló el libro se me vuelve parecida a la casa de la viejita dueña de los gatos.
Siento que yo también soy un gatito perdido, soy la gatita blanca y me gusta quedarme en la canasta caída cerca del arroyo, porque estoy con mis gatitos hermanos y mi mamá. Por suerte aparece ese gato grande y callejero, O´Malley, que nos lleva de vuelta a casa, y paramos antes en un departamento todo destruido, con gatos feos que tocan música linda. Quiero irme de esa casa destruida, aunque me estoy divirtiendo. Cuando nos levantamos, seguimos camino y logramos llegar a lo de la viejita buena (parecida a la que me regaló el libro). Y mi mamá se casa con O’Malley, que se puso lindo y limpio. El mayordomo malo se cayó adentro de una caja y nunca más vamos a volver a verlo. Por las dudas, agarro las pinturitas que me regaló la azafata y le embadurno un poco la cara al mayordomo, agrego más bigotes a O´Malley y adorno un poco el libro. Ah, otra parte que me dio mucho miedo es cuando los gatitos caminábamos por la vía del tren… Como cuando fuimos a la torre Eiffel y subimos hasta arriba. Se ven un montón de edificios desde acá arriba. Hay un viento bárbaro y mis orejas están congeladas. Yo pido un chocolate que se saca de una máquina con monedas pero, como adentro tiene coco y no chocolate, no me gusta. La cobertura se derrite en mi mano, la que me queda suelta de mi mamá, la que le tocaba a mi papá.

participios pasivos


Los cigarrillos aplastados en un cenicero de latón berreta, en el cuarto de bebé de una casa alquilada en zona sur, el cuarto rosa y blanco con cortinas de voile, que tenía una cómoda recién pintada llena de batitas heredadas. En la terraza, unos pañales lavados a mano secándose contra un cielo celeste intenso, una bandera nacional y doméstica.
Los cigarrillos que se fumaba uno después de otro el autosecuestrado encerrado en el cuarto de la nena, la beba que ahora se convirtió en esto que soy yo.
Nadie en esa casa fumaba, excepto el autosecuestrado, amigo de mi papá, o compañero, no sé. Yo dejé de fumar hace un tiempo, antes de mi embarazo; mi marido fuma en el balcón. Pensar ahora en el autosecuestrado me hace tener ganas de fumar, pero no encuentro los cigarrillos de juan y no quiero perder tiempo. No sé ni cómo se llamaba el autosecuestrado
Cuando me contaron la anécdota del tipo que fingió su secuestro como aporte financiero para la organización, pensé que se trataba de un auto secuestrado; me parecía raro que un vehículo cupiera en mi habitación. Entendí al rato, y me reí. Fue por teléfono, casi todas las conversaciones con mi mamá son por teléfono.
No sé si estará muerto ni siquiera sé cómo terminó el autosecuestro. Sé que al tiempo yo volví a mi habitación, a la que le había quedado mucho olor a humo. Y me resulta muy raro decir “mi”, no creo haber sido “yo” la de entonces, pasaron tantas “yo” bajo el puente...