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Hasta los 25 años, el único contacto que había tenido con Rosario era un piedrazo que tiraron al vagón en el que viajábamos con mi abuela a Córdoba, una madrugada en que nuestro tren entraba en Rosario.
Los asientos eran verdes y, arrancado el viaje, mi abuela había sacado la comida. Llevaba de todo, incluso una manta que había sido de mi papá en la cárcel. Habíamos jugado al veo-veo hasta que me había entrado el sueño.
Las voces de los guardas ordenándonos bajar la persiana y el impacto sobre la chapa en la oscuridad me dejaron asustada un tramo del viaje. Y luego siempre que me hablaron de Rosario pensaba en esas pocas luces vistas a través del aluminio mientras sonaba la bocina del tren.
Hasta que conocí a Juan y le salió el sol a Rosario: él me contó de los terrenos baldíos que había en su barrio, de las fogatas que encendía allí con los amigos y de las zanjas barrosas donde pescaba cuando era chico.
Me gusta pensar en qué estaría haciendo Juan esa madrugada mientras mi tren entraba a Rosario tocando la bocina, si se habrá escuchado desde su cama el traqueteo sobre las vías.

Fui conociendo la ciudad muy de a poco. Al principio, como muchos porteños, intentaba equiparar barrios rosarinos con zonas conocidas. En manojos de edificios buscaba el once, barrio norte, caballito, algo que se pareciera un poco al barrio donde yo vivía, San Telmo. Encontraba alguna ráfaga de familiaridad pero de repente una pieza me descolocaba y desarmaba el rompecabezas.
Una tarde, cuando todavía vivíamos cerca del centro, vi bajar por la peatonal San Martín un tipo que volvía del trabajo. Serían las seis. No tenía corbata ni maletín. Usaba camisa a cuadros y un bolso colgaba de su hombro. Yo esperé que pasara cerca de mí para comprobar el hastío y compadecerme. Pero no, no tenía cara de Erdosain, no había rastros de la angustia o crispación que sí veía en muchas caras del subte o del microcentro porteño. Un tipo volviendo tranquilo a su casa, apenas transpirado, hamacando su bolso a paso lento.

No sé si alguna vez voy a sentir que pertenezco a un lugar determinado. Pero, mientras tanto, esto está muy bien.


imágenes tomadas de este libro
publicado en la página del museo de la ciudad de Rosario

1 comentario:

mao dijo...

divino, me encanto. ciudadana del mundo!