Debajo de un árbol y encima de un césped vi-
vía un silencio de cuerpo de aire y de vestidos de
luz, que el sol le hacía todos los días y la luna le
regalaba todas las noches.
Siempre que iba a vestirlo lo encontraba con
vestidos distintos, y me abrazaba tan fuertemente
que enseguida yo me quedaba lleno de silencio.
El es el único que sabe qué bella eres y cuán-
to te amo.
Él pasa su mano por mi frente y mis ojos, y
a pesar de que su mano es suave como una brisa,
despierta mis recuerdos y ellos se prenden a mis
vestidos.
Cuando vuelvo a mi casa él me acompaña un
trecho largo. Después con su mano de brisa, despi-
de lentamente mis queridos recuerdos.
Y todos ellos, los que llevan tu nombre, tu
imagen, tu belleza, tus movimientos, tus palabras,
tu almita y tu amor, vuelven a dormir en el rincón
más caliente del corazón.
La envenenada (1931)
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