Un sábado de hace muchos años, en mi primer intento de cursar literatura argentina II, llegó al aula enorme del tercer piso de la facultad de filosofía y letras una mujer en una silla de ruedas de respaldo muy reclinado.
Los alumnos ya estábamos acomodados, la clase no había empezado todavía. Con ella venía un hombre que, después de enchufarla al tomacorriente, se fue a sentar en uno de los bancos del costado: la mujer usaba un respirador artificial que subía y bajaba, volvía a subir con bastante estruendo, bajaba exhalando, subía.
El programa que daba Sarlo aquel cuatrimestre tenía como eje las pasiones. Yo estaba empezando una relación en aquel momento y justo me preguntaba qué hacía que este amor nuevo que estaba viviendo fuera diferente a los anteriores, si yo me estaba convenciendo de estar enamorada --por culpa de todas esas representaciones ingeridas desde los diez años-- o realmente me impulsaba un sentimiento que, aunque acomodara un poco la historia en función del presente, era fuerte y genuino.
La cuestión es que Sarlo estaba dando ese programa; estábamos a comienzo de cuatrimestre y leíamos La invención de Morel y La condesa sangrienta. Ese día Sarlo habló de lo maquínico. Y de la máquina literaria y el cuerpo maquínico y la estructura maquínica y qué sé yo cuántas veces dijo "máquina". Suelo ser muy mala prestando atención en clase pero ese día fui peor: no podía dejar de escuchar el ruido de fondo y de estremecerme con cada "maquínico" de Sarlo, que contestó imperturbable una pregunta un poco obvia, un poco inadecuada, que le hizo la mujer desde la silla.
Terminé dejando la materia porque me costaba llegar a horario. A la mujer de la silla de ruedas no la volví a ver por Puán después de ese sábado. Y las preguntas medio salames que me hacía por aquel entonces me las fui olvidando sin darme cuenta.
imágenes: acá
6 comentarios:
qué buena estampa, paz.
yo esas preguntas todavía me las hago, muy a mi pesar. no dejo de sentirme, más que máquina, aparato. un aparato atrofiado.
no son preguntas contestables.
realmente no hay amor inteligente. le monde mental ment monumentalement, dice prévert, y no miente.
hay que concentrarse en los detalles. en una mano que te sostiene cuando el taxi frena, en un olor que le queda a la sábana, en una curva donde el cuello se une con los hombros, en una tibieza que te sube. y se van yendo, se van cayendo las armaduras que protegen pero te dejan solo/a.
gracias
sigo con el desarrollo de mi teoría ontocoprológica:
el amor, en última instancia, es una elección, y me cago en sus definiciones.
elijo estar con esta persona con quien me siento bien la mayor parte del tiempo, no importa si es real o me lo armo con requechos de ideales y esperanzas. lo más probable es que sea lo segundo, y los desencuentros amorosos que sigan tendrán que ver con eso.
Y que barthes, sarlo y los demás eunucos bufen.
(a juzgar por tus comentarios, no te veo tan atrofiado, anónimo)
y sí. sí.
¿qué saben los franceses del amor? ¿y los gorilas?
cristina es amor.
hablando en serio: acuerdo por completo con tu teoría. es una elección, una decisión.
ahora me acuerdo de un pasaje de "payasadas", una -para mí- más que encantadora novela sobre el amor y otras yerbas, escrita por kurt vonnegut:
"El amor está donde uno lo encuentra. Creo que es estúpido ir a buscarlo y pienso que a menudo puede ser venenoso.
Ojalá la gente que convencionalmente debe amarse se dijera en medio de una pelea: Por favor, un poco menos de amor y un poco más de simple decencia."
saludos
sin querer dejé el anonimato.
ah, l'amour!
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