Villa ilustre y fiel
















En una encrucijada de caminos entre Buenos Aires, Córdoba y Asunción, una ciudad comenzó a formarse sola, indómita, desordenada. Nadie vino y plantó una bota en el barro al grito de: "Acá los fundadores venimos a fundar Rosario", no.
Empezó, a mediados del siglo XVIII, como un conjunto desordenado de ranchos de adobe y paja, alrededor de una capilla pobre, cerca de las barrancas del río Paraná.
Imagino que las carretas pararían allí a descansar y a rezarle a la Virgen del Rosario --porque ese era el nombre de la capilla, que ahora sigue en el mismo lugar pero se convirtió en catedral, con columnas y pórtico neogriego--. Eran alrededor de trescientos los habitantes fijos, que no se iban a pesar de las periódicas inundaciones que arrasaban con todo.
Para mediados del siglo XIX, ya eran tres mil, entre nativos, santafesinos, bonaerenses y algunos extranjeros.
Después de la batalla de Caseros y la victoria del federal Urquiza, se la declaró ciudad. Y su puerto se convirtió en el principal puerto de ultramar de las provincias del interior, ahora que los buques extranjeros podían navegar libremente por los ríos.
Al ritmo del crecimiento económico, también empezaron a llegar los inmigrantes: la población se triplicó en pocos años.

Mientras tanto, los dos modelos de país seguían en lucha, el centralista y el federal. Para evitar nacionalizar sus ingresos aduaneros, Buenos Aires se había constituido en un estado independiente.
Los federales intentaron invadirla en distintas ocasiones. Una vez, las tropas federales salieron desde Rosario; los veo galopando por la Ruta 9, aplastando espinillos, espantando las garzas de los bañados. Pero los seiscientos hombres fueron derrotados en la batalla de El Tala (que debe haberse llevado a cabo a mitad de camino, donde ahora hay una estación de servicio y tomamos un café, cargamos el termo y hacemos pis, cuando vamos a Buenos Aires en auto).

Luego vino la batalla de Pavón (cerca de un arroyo con ese nombre, en Santa Fe) y se terminó la Conderación: los porteños asumieron el mando.
Durante más de diez años, el Congreso insistió varias veces en promover a Rosario como Capital Federal pero los presidentes Mitre y Sarmiento lo vetaron en cada oportunidad. Así Buenos Aires defendía la concentración de poder, así ahora hay tanta gente sofocada allí. Aunque le duele al orgullo rosarino este destino de grandeza frustrado, a mí Rosario me gusta así.
















Nunca entendí bien de batallas argentinas ni de bandos; supongo que es porque hice gran parte de la primaria en un país que no enseña historia en la escuela. En quinto grado, recién llegada a Buenos Aires, tuve que participar de un rito muy solemne, la jura a la bandera --con chicos más pequeños, porque mis compañeros lo habían hecho un año antes--; en ese momento me hice un esquema grosero según el cual los buenos eran los federales, los malos los unitarios, y que me permitió olvidar periódica y sistemáticamente cualquier dato relativo a un bando, a una batalla. Ahora no creo que me olvide dónde fue Pavón y que con ella se terminó la Confederación, sobre todo porque riman.
 

(Fuente consultada: Ciudad de Rosario, Rosario, Editorial Municipal, 2010. 
La primera fotografía, de 1886, es de la bajada de la calle Buenos Aires.
La segunda, sacada por Pablo de Freijo, es de la barranca de Corrientes y el río)

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