Cuando pasaban muchos días sin que la llamara, mi abuela Chela agarraba el teléfono ella y me hablaba temblorosa. Intentaba hacerse la que estaba tranquila, pero siempre en algún momento decía (preguntaba, amenazaba, suplicaba, exorcizaba, todo eso junto):
--¿No estarás en política, vos, no?
Era ese su miedo profundo. Que yo siguiera los pasos de mi padre y terminara como él. No había términos medios: "estás en política" y te morís o sos una chica normal y no te pasa nada. No sé qué creería que era estar en política, pero yo siempre le oculté que iba a marchas o --en tercer año-- que estaba empezando a pintar carteles en el sótano de la Fede.
"Es esa política de mierda" la que tuvo la culpa de que ella debiera conformarse con la foto de mi papá pegada en la cara interna de la puerta del ropero, gastadísima de tantos besos que le daba (uno por noche, antes de irse a dormir). También estaba ahí una foto de Sarita, mi bisabuela que vivió hasta los noventa y pico de años, y también le daba el beso de las buenas noches a ella. Pero la foto de su mamá estaba cortada por la mitad: se había sacado a sí misma, como en muchas otras fotos. ¿Qué le molestaría de su imagen?
De esas noches en lo de mi abuela sale olor a talco y colonia fulton, a jabón, que guardaba en la parte del ropero donde tenía las fotos.
La linterna, la radio y el vaso de agua que al día siguiente amanecía con burbujitas eran los rituales que la acompañaban luego de los dos besos, cuando se acostaba.
Al rato venían los ronquidos, el ruido de las agujas y el gong del reloj del comedor, algún tango en la radio que había quedado en la oreja de mi abuela. Después me dormía yo, con las piernas inmóviles por tantas mantas que me ponía.
Chela era llorona como yo. Pero ella decía que tenía el lagrimal tapado, que no eran lágrimas de llorar.
Le gustaba ponerse lapiz de labios para ir al almacén: se cambiaba completamente y se pintaba, íbamos a la esquina y volvíamos. Y saludaba a todos con una sonrisa amplia, que abarcaba dientes y ojos, inclinando la cabeza medio ladeada.
Cada vez que me iba, intentaba dejarme a escondidas un sobre con algo de plata y nos peleábamos hasta que yo lo aceptaba o ella se resignaba, según.
(mi abuela tenía expresiones que me encantaban, como "¡Hace un frío morrocotudo!"; me molesta mucho no recordarlas todas. En este blog, alguien sí se acuerda y en este alguien cuenta cosas hermosas de su propia abuela, entre otras varias)
2 comentarios:
Eh, qué lindo. Y gracias por la recomendación, un honor!
Y también leo el de Decía mi abuelo y me hace acordar más a mi otra abue, que decía cosas parecidas y también lamento no acordármelas todas. Qué tonta la memoria a veces, no? que te puede decir un teléfono de una amiga de la infancia, que seguro ni vive más ahí o nunca se te ocurre llamar en miles de años y esas joyitas están tapadas vaya a saber por qué.
"Chauchito" decía tu Abuela. A mí al principio me daba un poco de vergûenza, porque era medio "cachudo". No se decía así, eso no entraba en lo usual de mi casa y de mi medio social. Pero, ahora, después de pasar tantas cosas juntas, de llorar los mismos dolores, los mismos atroces dolores, de no habernos resignado a esa muerte que yo no esperaba, "chauchito" me llena de afecto. Es como algo tierno que me envuelve y me gustaría oir de nuevo de su boca. Ahora chauchito me dice Jorge cuando se va o cuando me despide y me vuelve a llenar el afecto de alguien que me quiere bien. Ya no me interesa que sea cachudo o que no sea usual en un medio social, del que yo ya no formo parte.
Publicar un comentario