Roberto, el que te repara


Me lo crucé el otro día por la calle, yo iba en el colectivo y él esperaba en la vereda. Un tipo morocho, con los ojos profundos y negros. Nos miramos apenas un segundo pero bastó para conocernos. Esas miradas que se meten tan adentro que podés vivir de ellas por años.
Roberto... No caben dudas: es plomero o electricista, tal vez carpintero. No, plomero no, siempre encuentran la manera de frustrarte las expectativas y Roberto es un tipo confiable. Hace algo con las manos. No tanto con la mente. Viene a tu casa y te repara las cosas exteriores, y sin que te des cuenta también te va reparando por dentro.
Tiene auto, uno baqueteado, con ventanillas que se traban y asientos duros, con parte del tapizado cubierto de cinta adhesiva, pero podríamos ir los fines de semana a algún lugar verde, con el mate, lejos del humo triste que sale de los autos y se pega en los edificios.
Le gusta el folclore. Seguro que sí, porque tiene la voz intensa de Zitarrosa. Y si me habla cerquita, siento cosquillas que empiezan detrás del oído y me recorren la espalda.
Algunos sábados a la noche, después de afeitarse, se pone un poco de colonia y se peina el pelo mojado hacia atrás. Se va a algún baile, donde mira mujeres con esos ojos negros que si los hubieras visto apenas un instante también hubieras quedado como yo. Mira mujeres sin esperar demasiado, sin sentir que tiene que hablarles, sin hacerse el simpático. Moviendo los hielos del whisky, pensativo.
Desde que lo vi ese mediodía, cuando iba al microcentro a llevarle un sobre al contador, no dejo de buscarlo. Repito el mismo camino, a la misma hora, pero Roberto no es un hombre de rutinas y, por supuesto, no aparece.
Entonces hace unos días me puse a llamar al azar a electricistas y carpinteros, con la excusa de mis innumerables averías hogareñas. Tengo tantas que lo más probable es que en algún momento dé con el teléfono indicado y sean las herramientas de Roberto las que lleguen a repararme las cosas.
Están tocando el portero. No logro escuchar quién es porque algo no anda dentro del auricular. Le digo que espere, ya bajo. Me miro en el espejo antes de manotear el llavero.
imagen: acá
en diálogo con este texto 
y también este, por qué no

2 comentarios:

nicolás schuff dijo...

Un honor dialogar con usted. Y, por qué no, con el manco.

¿Era Roberto, al final? ¿O de nuevo el pesado del afilador?

Saludos.

paZ dijo...

Era el sodero, pero por un sifón quincenal no vale la pena tenerme de clienta y me lo pidió de vuelta.
Ahora me quedé trabada en el ascensor: se renuevan mis esperanzas.